Daniel Llamas

🚽 #68 ¿Y si somos más humildes cuanto más compartimos?

Cinco minutitos en Instagram no hacen mal a nadie.

Piensa uno mientras muevo el dedito al son de cabras que gritan y recetas turcas.

De repente, el algoritmo despierta de su letargo y PAM anuncio a la cara.

“Eh, eh, ¿alguna vez has probado esto?”

“Mira lo nuevo que me he inventado”

“Sígueme para más consejos”

Cuando uno siembra vientos, luego recoge tempestades, por eso no me extraña que, entre camisetas horteras de Zelda y nuevos sabores de mochis, de vez en cuando en mis anuncios de Instagram se cuele algún entrepenuchi contándome su movida.

Sí, el exceso de echaopalantismo de ciertos entrepenuchis nos ha acostumbrado a cogerles manía, porque su desbordante confianza en sí mismos parece no conocer límites.

Sin embargo (y sin que sirva de precedente), creo que esa actitud parlanchina realmente esconde cierto signo de vulnerabilidad.

Piénsalo, están exponiendo cada cosa que hacen a muchas personas, que opinarán y les opinarán.

Dándoles la posibilidad (si son mínimamente inteligente) de poder mejorar.

Siempre que quieran opinión, claro.

Por el contrario, muchas otras personas viven en las antípodas de esta actitud. Se ciñen a una mentalidad académica y transmiten la sensación inversa. Es decir, parece que su reserva es cautela, cuando realmente esconde una falta de humildad.

La típica persona a la que le preguntas qué está haciendo y te dice “no te cuento mi idea que me la copias”.

Falta de humildad porque el hecho de no enseñar tu idea hasta que esté perfecta implica la premisa de que puede llegar a estar perfecta sólo gracias a ti. También esconde la prepotencia de pensar que cualquier persona no tiene nada mejor que hacer que robarte tus ideas, como si no hubiera miles flotando en el hiperespacio de Platón.

Y la inocencia de creer que una idea sirve de algo sin un proceso que la avale.

Esto se puede etiquetar como proceso creativo centrífugo o centrípeto.

En el centrífugo, el creador se sitúa en el centro del proyecto y toda la energía del proyecto es un esfuerzo exógeno desde su intelectualidad, por lo que en cierto modo, estás proyectando un escenario específico al que aspirar, como un puzle que te enseña en la caja cuál es la solución antes de resolverlo.

En el centrípeto, el creador se sitúa también en el medio, pero como un receptor que se deja inspirar, sirviendo como centro de gravedad para todo tipo de influencia positiva externa. No es un proceso de construcción, sino sustractivo. Necesitas mucha materia prima para empezar a descartar hasta descubrir la forma final, todavía ignota.

Por lo que sí, lo afirmo: una persona que enseña todo (incluida su vulnerabilidad) realmente me parece más humilde que quien juega la carta del misterio.

Vivimos en la era de la hiper-imagen, por lo que todo tiene que visualizarse, renderizarse desde el primer momento. Parece que esto penaliza al centrípeto porque trabaja continuamente la imagen, pero no hay peor imagen que la que se mantiene inamovible en la mente del centrífugo.

No se trata de ir desvelando esa imagen desgarrando a arañazos la cortina que la cubre, sino de ir despixelándola poco a poco.

Porque la trampa que tiene una imagen única es que nos ciega ante cualquier descubrimiento que espere en el camino.

Por esa misma razón, dejemos de idolatrar a quien confía todo su ego en desvelar un día la imagen mágica con la que ganar la partida y dejemos de juzgar a quien hace el esfuerzo de sentirse vulnerable compartiendo cada una de las imágenes del proceso.

Porque no siempre la realidad es lo que parece.