Wilt Chamberlain fue el jugador de baloncesto que reventó todas las estadísticas.
De hecho, actualmente sigue manteniendo 68 récords individuales, algunos considerados oficiosamente imbatibles, como promediar casi 23 rebotes durante toda una carrera o más de 50 puntos por partido en una temporada.
Sin embargo, Wilt era humano y tenía un punto débil: los tiros libres. Solo encestaba un 40% de los que tiraba, lo cual (para quienes no sabéis de basket) es realmente poco, especialmente para uno de los máximos anotadores de la historia.
Un día de 1962 a Wilt se le fue la cabeza y decidió cambiar su forma de lanzar los tiros libres. En lugar de sujetar la pelota por delante de su cabeza y palmear hacia arriba (vamos, como ahora), agarró la pelota entre sus piernas flexionadas y lanzó como cuando jugábamos en el colegio: de cucharita.
Cambiando de técnica, no solo su porcentaje de acierto mejoró de un 40 al 60%, sino que le sirvió para lograr un hito en la historia: metió 100 puntos en un mismo partido, algo inalcanzable con su promedio de tiros anterior.
Sin embargo, de un día para otro, la idea igual que vino se fue y el bueno de Wilt decidió dejar de hacerlo. Según parece (yo no estaba allí) la gente se reía de él por tirar como una rana, aunque metiera más punto así. Tenía miedo de hacerse famoso por sus tiros libres y prefirió pasar desapercibido en ese aspecto (no tanto, si 60 años después estoy hablando yo de esto) y crear su leyenda en torno al resto de sus facetas de juego.
Algo parecido ocurrió unos años después, en los Juegos Olímpicos de 1968. Antes de esta edición, la técnica predominante en el salto de altura era saltar hacia adelante, como un pez (aunque ahora nos parezca raro). Sin embargo, un señor estadounidense llamado Fosbury decidió hacer “un Chamberlain” y saltar hacia atrás, básicamente porque hacia adelante le salía peor.
La gente también se burló y se quejó (como siempre que algo nos explota la cabeza). La cosa es que ganó el oro y, desde entonces, todo el mundo lo hace así. Aquí no hubo recogida de cable.
Menos suerte tuvo nuestro Miguel de la Quadra-Salcedo, quien obligó a cambiar el reglamento de lanzamiento de jabalina hasta dos veces porque batió varios récords mundiales lanzando la jabalina dando vueltas y con movimientos originales que nadie más hacía. Al final, obligaron por norma a que la jabalina debe enfocar siempre hacia adelante durante la carrera y debe lanzarse “recta”, sin florituras.
¿Qué tienen en común todos estos atletas? Pues que hackearon las normas a su favor. No hicieron trampas, porque el reglamento no impedía innovar con sus movimientos, sino que la principal barrera que se encontraron fue ser los primeros en intentar algo de una forma diferente.
Pensaron de una forma diferente y les salió bien (también este es el sesgo del superviviente porque constantemente salen equipos japoneses de fútbol que intentan nuevas coreografías al tirar faltas y todavía no han dado con la tecla, excepto con lo de poner a alguien tirado en el suelo en la barrera).
Ellos no lo sabían, pero estoy seguro de que los tres habrían sido buenos diseñadores, porque hacerse preguntas es el comienzo de cualquier proceso de diseñar. De hecho, cuantas más restricciones presenta un contexto, más valor tiene encontrar una solución viable y valiosa.
El problema es que a veces confundimos preguntar con cambiar. No se trata de afirmar ciegamente que las cosas siempre tienen que cambiar (porque no estaríamos pensando), ya que no todo cambio siempre es positivo. Se trata de preguntarnos por qué algo se hace como se hace y si no se puede hacer de otra manera.
A veces ese intento de cambio acaba cuajando (Fosbury), a veces es censurado (de la Quadra) y a veces tú mismo te auto-censuras (Chamberlain), pero merece la pena intentarlo, a pesar de la presión.
Si no tuviéramos esta voluntad de plantearnos por qué hacemos lo que hacemos, la primera ola de reaccionarismo social nos habría hecho seguir pensando que está bien tirar cabras desde campanarios, fumar en hospitales o mantener el silencio en un museo.
Bueno, esto último todavía es la norma pero tiempo al tiempo.
Esta actitud es lo que se conoce con pensamiento crítico y, en mi opinión, debería ser la base de la tecnología, el arte y por qué no, del diseño (aunque no existe). Sin embargo, todavía vivimos en la época de mirarnos el dedo y no de aquello a lo que unos pocos intentan señalar.
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