Daniel Llamas

🧑‍🎤 #62 ¿Y si no tengo ídolos?

¿No os pasa que a veces descubrís algo nuevo, se lo contáis al universo y nadie os hace caso?

¿Y que cuando esa misma cosa se pone de moda todo el mundo te la recomienda y se te llevan los demonios porque a ti te gustaba mucho antes?

En mi caso personal, recuerdo perfectamente cómo vi Big Bang Theory antes de que se hiciera famosa, y la gente se burlaba por ser una serie de frikis. Luego cuando todo el mundo estaba hablando de ella, ya se me había pasado.

Por supuesto, mi caso más paradigmático es Eurovisión, carro al que me subí tarde y pude ser “aquel otro” para los más puristas, pero del que luego no me llegué a bajar.

La curiosidad del festival es que no se pone de moda “en general” (aunque ciertos factores como el fenómeno OT o el Benidorm Fest han elevado sus cuotas sostenidas de popularidad), sino que se convierte en Trending Topic específicamente cada mes de mayo.

Además, dicho pico de popularidad va muy ligado a la estrella de cada edición, que no siempre coincide con la ganadora (como pudo ser Loreen o Måneskin) sino con los más carismáticos (como el Epic Sax Guy o nuestro Chikilicuatre). Fenómenos que trascienden al festival —y a veces se convierten en meme—, hasta tal punto de que la gente, en general, no sabe que han salido de ahí, como por ejemplo esta canción.

Cuando ese gusto (al que podríamos tildar de sobrevenido y casi coyuntural) por algo pasajero se convierte en obsesión, nace el fenómeno fan.

Mucha gente sólo se hace fan de algo o de alguien cuando está de moda.

Tokyo Hotel, The Avengers, Maradona, Crepúsculo, el aguacate.

El fanatismo trasciende hasta tales extremos que lo único a lo que te puede llevar es a poner tus expectativas tan por las nubes que sólo puedes decepcionarte.

Cuando sale una canción mala, una temporada mala, una declaración mala.

Por eso, en Eurovisión, las modas nunca son buenas compañeras.

Normalmente, surgen como respuesta a una disrupción, un cenit de calidad, por lo que cualquier seguimiento generalizado implica inevitablemente una caída (la decepción).

Recordemos.

En 2006, ganó Lordi, la primera canción de hard-rock de la historia. No era la primera de rock como tal, pero lógicamente supuso un hito transgresor inédito hasta entonces. Al año siguiente, medio plantel enviando rock (spoiler: ganó una baladísima).

Ese mismo año, en 2007, de hecho casi gana Verka Serdyuchka, quizá la mayor representación del frikismo que preponderó durante los años siguientes, especialmente en 2008 (Dustin the Turkey es quizá el mejor ejemplo).

Los años de baladas en los 2010s, los videomappings y efectos visuales tras Heroes en 2015, las divas coreográficas consecuencia de la (casi) victoria de Fuego en 2018… todo éxitos que llevó a imitaciones.

Sin ir más lejos, este año tenemos a Israel “copiando” a Chanel (bueno, y a UK utilizando su cuerpo de baile).

Y así cada año.

Estadísticamente, hay una sobre-representación de canciones parecidas a la ganadora del año anterior, respecto a si no hubiera ganado.

Sin embargo, luego gana quien precisamente no sigue esa norma. En los últimos 20 años prácticamente nunca han ganado dos años seguidos canciones del mismo estilo. Habría que remontarse a la racha 2003-2005, donde lo petaba mucho el folk, por cierto.

Podemos atribuir que esto sucede por algo tan mundano como el FOMO (Fear of Missing Out): “no vaya a ser que esta moda de verdad triunfe y nosotros nos quedemos fuera”.

Si tuviera que dar un consejo a un país que quiera hacerlo bien a partir de ahora, es el de mantener siempre un nivel notable porque, cuando haces las cosas sistemáticamente bien, alguna vez sonará la flauta, como ya expliqué el año pasado.

(España va por el buen camino, a ver cuánto nos dura)

Si los resultados acompañan, en este caso hay que dejarse llevar un poco por el sesgo del coste perdido. Es decir, si algo más o menos te está funcionando, sigue por ahí, pero no intentes entrar en las modas y perder tu esencia.

Países como Grecia siempre llevaban canciones originales (folk) y quedaban en top 10, y desde que se han decantado por propuestas comerciales, han perdido pie de continuidad y a veces no han pasado ni a la final.

Porque la realidad es que luego gana quien sigue su propio criterio.

Cree en algo y apuesta por ello.

Merece la pena esperar, como le ha pasado a Portugal, Italia, etc. siendo fieles a su estilo, y ojalá, pronto a España.

Si no arriesgas, no ganas. Aunque arriesgar no implica ganar.

Si haces lo mismo que la ganadora, quedarás bien pero no mejor.

Si te sales, tienes más opciones de ganar o, al menos, de golpear.