Daniel Llamas

🧑‍🏫 #53 ¿Y si los profesores también son personas?

Esta frase se me quedó grabada la semana pasada, cuando pedí feedback como cierre de mi asignatura semestral.

Es la tercera vez que la imparto desde que empecé como profesor y una de las prácticas que he implementado es pedir dos veces por semestre opinión a los alumnos.

De qué quieren más, de qué quieren menos.

Lo que puedo, lo implemento sobre la marcha; lo que no, para el año siguiente.

Otro de los comentarios puso el foco en “vuestro lado humano”. (Hablo en plural porque es en referencia también a Vicky, con quien me he montado una especie de joint venture entre asignaturas).

Esto me recuerda a aquello que conté en la soflama sobre el síndrome del impostor de que, simplemente siendo y estando, ya somos mejores que muchos.

Porque, en cierto modo, esto es una paradoja. Me puedo esforzar por intentar ser el mejor profesor del mundo (preparando teoría, dinamizando las clases, dando consejos…), cuando resulta que una de las cosas más valoradas era, simplemente, actuar como personas. Qué fácil, ¿no?

He de confesar que lo de actuar como personas está totalmente premeditado.

O más bien, lo de no actuar como cualquier otra cosa.

En general, cuando trabajamos siento que vivimos una gravísima despersonificación.

Salvo ciertas excepciones donde sí se trabaja la empatía, la mayoría de entornos corporativos o académicos son auténticamente hostiles para las relaciones personales.

La universidad como institución es un buen ejemplo de ello. Cuando estudiamos nunca vemos al profesor como una persona con su naturaleza, sus emociones y sus problemas, quien también puede estar p*teado, sino que por defecto es “el enemigo” (un autómata de la enseñanza).

Una evidencia implícita de que existe una relación de poder.

Porque es el alumno quien pide permiso para hablar y opinar.

El aprendizaje se entiende como un proceso de permeación (el profesor es un aspersor y el alumno acaba pillando alguna gota), en lugar de un proceso de simbiosis.

Por ser sensato con la realidad, reconozco que el propio sistema educativo no ayuda. Un profesor precarizado, grupos inabarcables y víctima de diferentes corrupciones no puede sacar superpoderes donde lo único que hay es supervivencia.

Ya lo he dicho muchas veces, pero realmente cambiaría el sistema universitario entero para volver al concepto original de “espacio de aprendizajes”, literalmente.

También creo que esta actitud solo se entiende a partir de cierta edad (yo mismo considero que pasé toda mi carrera con tarifa plana cerebral). Por eso me gusta más dar clase a máster (o, en general, a adultos). Necesito partir de la base de las ganas de aprender.

A pesar de las limitaciones digitales. Aunque realmente sirven para democratizar la enseñanza, porque en mi caso se han cargado las tarimas, las manos levantadas y los exámenes.

Me encanta que cada año haya más alumnos y que sean tan activos.

El primer día siempre explico que toda la asignatura será flexible en tanto que cada cual sepa comunicar y pedir esa flexibilidad. Cada vez es más fácil que las cámaras se enciendan solas y que fluyan las negociaciones.

Reconozco que a veces siento a cada curso como una generación nueva de OT (qué le voy a hacer, soy millennial) y, cuando todo acaba, se crea una especie de período de duelo.

Aunque cuando pasa ese tiempo, uno también acaba viendo a los alumnos como las personas que son. Y me entran ganas de liarles en mis otras movidas. Y más que me entrarán.

En fin, me gustaría seguir dando clases y probar nuevos escenarios. Pienso que estoy preparado.