El otro día tuve una reunión de veintipico personas.
Digo que era en Europa, pero realmente yo seguía en mi casa.
No exagero si afirmo que decidieron 15 o 20 cuestiones en apenas una hora.
“Vamos a hacer esto; ¿quién está de acuerdo? Tú, tú, tú… ¿tú no? Nos da igual. Seguimos.” (en inglés, claro).
Me pareció increíble.
¡Sin que cada cual tenga que expresar su punto de vista y contar una anécdota vinculada al tema!
¡Sin que nadie se ofenda porque se rechace su idea y, como consecuencia, empiecen a discutir!
Todos poniéndose al servicio de la productividad más extrema.
Un ego particular no puede provocar un retraso general.
Mi mente de ingeniero me hace sentirme muy europeo cuando estoy en reuniones españolas, especialmente cuando se vuelven reflexivas y conceptuales, porque aparento falta de sensibilidad a cambio de “operativizar” la toma de decisiones.
Sin embargo, indudablemente ahora me siento muy español en reuniones europeas.
Porque… si no hay chispa en cada cosa que hacemos, ¿realmente merece la pena hacerla?
En España, invertimos los diez primeros minutos de la reunión en preguntar por nuestros hijos, qué tal los findes, si hay algún cotilleo o sobre la polémica arbitral del partido de ayer.
Bloques de diez minutos que, sumados reunión tras reunión, suponen decenas de horas al año perdidas que podríamos haber invertido en pasar tiempo con nuestra familia, cultivar una vida sana, cortar leña o lo que sea que hacen en el norte de Europa por las tardes.
Pero eso me recuerda al chiste de… “con el dinero que te ahorrarías dejando de fumar te podrías comprar un Ferrari” – “y tú no fumas, dónde está el tuyo?”.
¿De verdad estas micro-optimizaciones conllevan un ahorro real?
En España (en general en la cultura latina) tenemos la fama de ser unos vagos y maleantes, cuando realmente trabajamos más horas que la mayoría de países centroeuropeos y nórdicos. Aunque en honor a la verdad, nuestra luz nos lleva a aprovechar más el tiempo libre. Sin embargo, nos retrasamos en los proyectos, hay menos planificación y nuestra productividad objetivamente es inferior a otros países, lo cual nos hace perder ventaja competitiva.
¿Qué es mejor? ¿Una optimización absoluta del tiempo a cambio de que sea gris y exigente mentalmente? ¿O una procrastinación infinita que nos roba mucho tiempo, pero llena del sabor que genera vínculos humanos?
Pues como diría aquel: depende.
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