Daniel Llamas

😴 #37 ¿Y si no descansamos de verdad?

Confundimos descanso con ocio.

Podemos descansar muchísimo dándonos una paliza de deporte, mientras que podemos cansarnos tirados en el sofá.

Porque un buen descanso contiene un componente físico (relajamiento) y uno mental (desconexión).

El problema surge con que vivimos en una sociedad tan profesionalizada, que hay veces donde no sabemos qué necesitamos ni dónde conseguirlo.

Especialmente en mis entornos entrepenuchis donde el límite entre lo que es trabajo y lo que no lo es está bastante difuso.

Me di cuenta de esto hace tiempo, cuando cualquier evento relacionado con el trabajo, aunque sea algo que disfrute, no puedo sentirlo como ocio, porque no desconecto la cabeza al acecho de cualquier oportunidad donde levantar la mano. Por eso, ahora tengo un interruptor interno que se mueve entre trabajo y ocio según el tipo de sitio al que voy. Si es un 1% de trabajo, ya es trabajo.

Estás en una fiesta de cumpleaños, en medio de la montaña o en una cita de Tinder, conociendo gente nueva, preguntas algo tan inocente como “cuéntame sobre ti” y la primera ronda de respuestas casi siempre consiste en explicar de qué trabaja cada cual. ¿Por qué tiene que definirnos esto?

Durante años estuve yendo a decenas de eventos donde me lo pasaba genial con la gente que conocía, pero siempre tenía que pagar el peaje de comerme una charla o una mesa redonda vinculada con el trabajo. ¿Por qué la única vía para llegar a lo personal tiene que ser pasar por lo profesional?

Pero no nos engañemos, los cimientos sobre los que se sostiene nuestro ocio moderno prácticamente consisten en consumir. Por eso nos recuerda tanto al trabajo. Tenemos el ocio capitalizado.

Subimos fotos a Instagram para comparar likes, consumimos resúmenes de libros, visitamos exposiciones para hacer la foto de rigor, escuchamos pódcast acelerados, hacemos matches a quienes no hablamos… hay un momento donde toda nuestra fuente de placer está capitalizada, es víctima de una appeización que alimenta al sistema.

Dicho de otro modo, la lógica que reina todas estas fuentes de ocio tiene una estructura similar a la que manejamos en el trabajo: completar, gestionar, almacenar, procesar, medir, analizar… son embudos de venta donde estamos a la vez arriba y abajo del flujo. De cada actividad queremos conocer su retorno.

Nos acabaremos encontrando una app que ayude a hacer detox de redes sociales, la cual incluirá una opción para compartir tus avances en Twitter y Linkedin. Guarda tweet.

El filósofo (y a veces humorista) Ignatius se autodefine como un destructor de contenido. Y me encanta pensar que sobra contenido de consumo y lo que debemos aprender es a destruirlo, simplificarlo y resignificar su disfrute.

Porque perder toda la tarde con una buena novela o dibujando en una libreta es un placer que no puntúa con nuestras métricas actuales de la hiperconexión.

Reivindico el derecho a disfrutar de aquellos hobbies “puros” que aún escapan de esta lógica de capitalización: dormir, hablar, echar una pachanga, ir a ver las estrellas, pasear por el campo, cocinar, triscar.

Encontremos espacios donde podamos disfrutar de la desconexión sin sentir ninguna presión por capitalizarla.