Daniel Llamas

🔦 #41 ¿Y si nadie nos está mirando?

“…trocotró-trocotró-trocotró-trocotró…”

Ya os he contado que la semana pasada me ha tocado viajar.

Sevilla, Zaragoza y Vitoria de forma consecutiva.

Quiero empezar hoy mi historia con una escena cotidiana en cualquiera de mis viajes. Una escena tan vulgar como yo mismo paseando por las calles de la nueva ciudad, arrastrando mi maletilla de camino al hostal.

“…trocotró-trocotró-trocotró-trocotró…”

Cuando me alejo de Madrid, siento que otras ciudades tienen un ritmo diferente, más calmado, más oxigenado.

Y que mi presencia por sus calles es un elemento alterador de ese equilibrio.

Por eso, me muero de vergüenza cuando una calle está desierta y el único sonido que rompe el silencio es mi maldita maletilla rebotando contra los entramados de los adoquines.

“…trocotró-trocotró-trocotró-trocotró…”

¿Qué estarán pensando los vecinos?

Bueno, la verdad es que no estarán pensando en absolutamente nada. Básicamente, porque la única persona que lleva oyendo el traqueteo durante 20 minutos de paseo soy yo. El resto, a lo sumo, lo escuchan durante los 15 segundos que nos cruzamos por la calle o que paso bajo su balcón.

En psicología esto se llama el “efecto del foco de luz” y explica por qué siempre nos sentimos muy observados en situaciones donde al público le damos realmente igual.

Por ejemplo, se hizo una prueba en un aula de la Universidad de Masachuches donde un alumno llegaba a propósito tarde a una de las clases repletas de gente y encima entraba con la ropa destrozada, lo cual para esa persona debería suponer un gran trauma y escarnio público.

Pues bien, el resto de la clase fue entrevistada a la salida y la mitad ni se habían dado cuenta de cuándo había entrado esa persona y la otra mitad se fijó durante unos segundos, pero ya se les había olvidado lo de la ropa.

Exactamente igual que yo con la maleta.

Sentimos que el foco de luz nos alumbra, pero solo está en nuestra cabeza.

Esto nos provoca parálisis cuando nos sentimos observados en un escenario y se disparan nuestras inseguridades si notamos que nos hemos trabado hablando en público. La realidad es que no somos tan importantes como para que la gente nos recuerde por ello.

Por fortuna, siempre me han gustado esos focos de luz públicos, a pesar de que luego me amedrento en los privados.

No sé si fueron las funciones de teatro que hacíamos en el colegio, la atracción magnética por hacer el payaso delante de cualquier cámara o la propia responsabilidad que me eché encima cuando tenía que presentar los eventos de AIDI.

La cosa es que un día se me quitó todo tipo de vergüenza hasta el punto de exclamar “¡Se ma’ resbalao!” por la tele delante de más de un millón de personas.

Qué le vamos a hacer, me gustan los escenarios, pero me falta conocimiento escénico para dominarlos de verdad.

De momento, me conformo con seguir con mi maletilla explorando calles nuevas.