Majora’s Mask es uno de los videojuegos de esta maravillosa saga que es The Legend of Zelda.
El juego tiene más de 20 años y fue creado como una croqueta con las sobras de la obra maestra “Ocarina of Time”, pero me encontré con él por primera vez hace unos años y me sorprendió por la brillantez de su mecánica.
¿De qué trata?
Bueno, no sólo es uno de los títulos más cortos de la saga por duración sino por la extensión temporal de sus acontecimientos.
Todo sucede en tres días.
Si no solucionas todos los problemas para ese momento, la luna se estrella contra el planeta y todos mueren.
¿Cuál es el truco? Que puedes controlar saltos temporales para repetir este bucle eternamente y, en cada ciclo, arreglar uno de los problemas.
Ojo, un matiz más humano respecto a otros juegos de la saga es que no todo trata sobre completar mazmorras en ese plazo (de hecho, también es el juego con menos mazmorras) sino que es necesario ahondar en los dilemas más mundanos de los variopintos personajes de los juegos (hasta dispones de un cuaderno con tu kanban particular para saber qué tripa se le ha roto a cada cual y organizarte).
No pude evitar pensar que el juego está planteado en scrum con sprints de 3 días. Tampoco pude evitar el deseo de que, cuando la deadline apura en los proyectos reales, ojalá pudiéramos volver al comienzo del ciclo con todos los aprendizajes de ese sprint. Así lo volveríamos a intentar cada vez un poco mejor hasta quedarnos satisfechos, sin perder por el camino ese extra de tiempo o dinero, que repetir presupuestos nunca es divertido.Sin embargo, la idea que subyace del juego es el colapso de la civilización.
Su amenazante luna se hace más y más grande según avanza el reloj, poniendo al jugador contra las cuerdas. Cualquier entretenimiento innecesario nos hace perder minutos valiosos para salvar el mundo.
Al igual que Majora’s Mask, hay infinidad de obras en la ciencia ficción que nos muestran una estampa similar: “Don’t Look Up”, “El día de mañana”, “Metro 2033”, “Soy Leyenda” o “The Last of Us”. Da igual que sea la luna sonriente, los zombies o los aliens, la civilización se acaba de la noche a la mañana, normalmente dejando a un aventurado protagonista que busca sobrevivir para hacerse el héroe.
Quienes me conocéis sabéis que llevo un tiempo hablando de colapso.
Sin embargo, cuando alguien me responde hablando del apocalipsis ahí es cuando me doy cuenta de que la palabra “colapso” no es una realidad intersubjetiva todavía, por lo que no podemos tratarla de forma unívoca como parte de este imaginario colectivo.
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