“¡Qué bien, lotería esta semana!”
Es algo que nunca me oiréis decir.
Una de las razones por las que a veces parezco el Grinch es que soy un loto-escéptico.
No creo, lo siento. No he comprado nunca un décimo ni pienso hacerlo. No hago colas, ni froto espaldas, ni siento FOMO por ser el único de la oficina en no pillar el número de la empresa (en mi caso, esto es fácil porque no tengo oficina).
Sí, sé que la Lotería de este jueves es la quintaesencia de la ilusión navideña y merezco ser increpado por todo el país.
“¿Y si toca?”
Hay una cosa llamada Ley de los Grandes Números que explica que cuanto más grande es la muestra analizada, más probable es que suceda un evento determinado en dicha muestra. Por eso, a nadie nos ha tocado la lotería (muestra pequeña) pero siempre hemos oído de alguien a quien sí (muestra grande) y eso nos da esperanzas.
Esto también tiene que ver con lo típico de que es más probable que te caiga un rayo a que te toque el Gordo. De hecho, es más probable vivir hasta los 115 años.
“¡Vaya cortarrollos! Con lo que divierte un buen sorteo”.
No, no, si a mí me gustan los sorteos. Pero especialmente me encanta ganarlos.
En lo que llevo de vida, soy una persona afortunada que en sorteos y concursos ha ganado ordenadores, bicis, viajes en avioneta, hoteles rurales, palcos VIPs para el fútbol… hasta multipliqué mi apuesta por ocho cuando puse dinero con varios meses de antelación a que Måneskin ganaba Eurovisión. Por no hablar de lo de la tele, que ya se os ha debido olvidar.
“¡Qué suerte! Ahora nos restriegas tus éxitos por la cara”
No, simplemente la estadística también aplica al revés y cuanto más discreto es un sorteo, más probable es que a uno le toque el premio.
Quizá ese premio tiene menos valor, pero es cien veces más seguro tener un 1% de ganar un viaje valorado en 400€, que un 0,00001% de ganar 400,000€.
Por esta razón, desde hace años sólo juego a aquellas cosas donde veo que hay probabilidades sensatas de ganar.
Sin embargo, he de reconocer que la gracia de ganar un premio es que exista una alta probabilidad de que no lo ganes. Por eso los argentinos están tan contentos tras 36 años intentando algo que los franceses ya ganaron hace nada.
Si en la vida sólo participamos en concursos de alta probabilidad de acierto pero muy baja recompensa, nunca habría espacio para la esperanza. Ni para la evolución.
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