Diseñar es como una caja negra.

Introducimos una serie de ideas iniciales, apretamos el botón mágico y ¡voilà! aparece un resultado ideal.

No sabemos qué ha sucedido entre medias, pero no nos importa.

Esto es lo que muchas organizaciones piensan.

El éxito mediático del Design Thinking y de metodologías nacidas bajo su alargada sombra han metido a infinidad de empresas y administraciones el gusanillo de diseñar.

Y eso está bien.

Por desgracia, muchas han aprovechado que está de moda para subirse al carro sin entender realmente lo que significa diseñar.

Darle prioridad a vender (y comprar) un producto empaquetado y con su lacito.

Sin hacer el esfuerzo por comprender lo que pide cada situación.

Sin habilitar el espacio adecuado para estos procesos.

Sin aprender a pensar.

En una conversación con el grupo de Diseño y Políticas Públicas de Transferencias.design al que pertenezco, acuñamos el término “Design Washing” para estas prácticas.

Tampoco es culpa de las organizaciones.

De hecho, es nuestra responsabilidad.

Diseñar implica una labor de mediación por parte del equipo de diseño.