Daniel Llamas

🥵 #7 ¿Y si dejamos de esforzarnos?

El mito del esfuerzo es probablemente la mayor falacia que existe en nuestra sociedad moderna post-capitalista. Desde que estamos en el colegio nos inculcan que «quien más se esfuerza, merece (y alcanza) mejores resultados» cuando me atrevo a decir no hay nada más lejos de la realidad.

Ojo, no quiere decir que el esfuerzo no sea importante pero, desde luego, no es la única variable de la ecuación del éxito. Personalmente, considero que un resultado es fruto de un talento, unos recursos y una suerte. El esfuerzo es el catalizador que le dará coherencia e impulso a esos ingredientes.

Pongamos como ejemplo al mayor emblema patriótico de esfuerzo: Rafael Nadal. Nadie puede negar que se ha esforzado muchísimo. Y estamos de acuerdo también en que se trata de una persona con una inteligencia kinestésico-corporal como mínimo no nefasta. ¿Qué habría pasado si Nadal hubiera nacido con un problema congénito que le causara una fatiga excesiva ante esfuerzos físicos prolongados? ¿Qué habría pasado si no hubiera tenido un contexto familiar, económico y social que le permitiera ir a entrenar (y pagarlo)? ¿Qué habría pasado si hubiera sufrido una severa depresión a la edad de 25? ¿Qué habría pasado si, con 15 años, o con 20, hubiera sufrido una lesión que le hubiese obligado a retirarse prematuramente? Por fortuna para los amantes del tenis, nada de esto ha sucedido pero cualquier mínima variación de estos detalles habría significado un derrotero totalmente diferente para la carrera de Nadal y, a pesar de emplear la misma cantidad de esfuerzo, el resultado ya no habría sido el mismo.

Por eso, es una falacia afirmar que, si alguien ha logrado un éxito determinado, es consecuencia explícita de haberse esforzado (es un ejemplo de razonamiento lógico inductivo), porque estamos dando por hecho que quien no ha llegado hasta allí es porque no se ha esforzado lo suficiente. Sin embargo, hay mucha gente que se esfuerza -demasiado- constantemente para unos resultados discretos, a veces insuficientes, incluso con sabor a decepción.

Esto es parecido a lo que sucede cuando vemos a una persona de 2 metros de altura y damos por hecho que es más probable que juegue a baloncesto que a fútbol (esto sería un razonamiento abductivo). Estadísticamente, si tomamos la realidad de que muuuchas más personas en nuestro país juegan a fútbol que a baloncesto, aunque parezca contraintuitivo, es más probable que esa persona pertenezca al colectivo de futbolistas que al de baloncestistas.

El principio de representatividad de Bernouilli («Pensar Rápido, Pensar Despacio») nos ayuda a no valorar un caso aislado solo por su relevancia aislada sino por su frecuencia en la muestra. Es decir, si esa persona con éxito que se ha esforzado representa en efecto un caso de cada mil o de cada millón de las personas totales que intentan ese mismo objetivo, quizá nos hallamos ante un asunto estadístico donde se demuestra que el esfuerzo es una variable marginal.

Por tanto, tengamos cuidado de afirmar sentencias de este calibre, porque generan unos idealizados estigmas que al final nos llevan a ensalzar el sacrificio como un peaje inexorable para alcanzar esa quimera estadísticamente improbable.