Daniel Llamas

🙉 #44 ¿Y si dejamos de escuchar a todo el mundo?

Ayer me tiré media hora al teléfono con un cliente.

Sería algo esperable si no fuera porque lo hizo simplemente para desahogarse, ya que se la habían liado con otra cosa y necesitaba soltar un poco de ira acumulada.

En estas situaciones, mi vena optimizadora me impulsa a pensar: ¿cómo cuido de mi cliente sin poner en riesgo nuestra productividad?

De hecho, a veces esa persona consigue redimirse, pero el tiempo que he invertido en ello se lo he tenido que quitar a su propio proyecto y, a la larga, acaba generando un nuevo desasosiego, que ahora encima sí es mi culpa.

Considero que tengo la empatía suficiente como para darme cuenta de que alguien se ha rayado, aunque a veces no los minutos como para poder sacrificar tiempo efectivo de proyectos a cambio de tener una conversación que corresponde más a café y taza.

Sin embargo, hay ocasiones donde me sorprendo a mí mismo diciéndole a algún compañero: “oye, nosequién está mosca, pregúntale a ver qué te cuenta”.

¿Podríamos acuñar esto como “outsourcing de sentimientos”?

Es decir, “subcontratar” a otra persona para que se encargue de gestionar los posibles conflictos personales que suceden alrededor de los proyectos. Hablo mucho de los cuatro cuadrantes, pero este se trata del cuadrante cero, quien hace de pegamento para que todo el mundo esté contento.

Últimamente, he de reconocer que me he vuelto más frívolo ante ciertas situaciones laborales demasiado (e innecesariamente) emocionales. No sé si hago bien pero, desde que actúo así, mi salud mental y mi gestión del tiempo libre lo han agradecido, aunque a lo mejor alguien se haya quedado con las ganas de que le escuche las penas.

Al final, ni tanto ni tan calvo, que luego soy un encanto.

Sin embargo, qué le vamos a hacer, cuando estoy trabajando, me gusta más la parte de la gestión.