Ahora que tenemos nuevo GOAT en el mundo del tenis (* abrir paraguas anti-piedras *), os quiero contar una anécdota que me pasó el otro día jugando al pádel, porque aplica igual.
Bueno, tenéis que saber que en ambos deportes los puntos se cuentan de una forma un poco rara. Si ganas un punto, no sumas 1, y luego 2, y luego 3. Sumas 15, después 30, y después 40.
¿Nunca te has planteado lo raro que es esto?
Aquí podríamos entrar en debates cuasi antropológicos porque la teoría más extendida es que simplemente el tenis (y el pádel) son deportes sexagesimales. Es decir, tienen una base de 60.
Para ganar un set, necesitas seis juegos. Simbólicamente, si un set son 360 grados (circunferencia completa), cada juego son 60 grados. Y dentro de esos 60, dividimos en cuatro partes iguales.
También podemos equiparar esta teoría con un reloj dividido en cuatro partes iguales.
Incluso se especula con que estos números tienen que ver con la cantidad económica que la aristocracia francesa de hace más de dos siglos apostaba por cada punto: una moneda (sou) que valía 15 unidades de la moneda más pequeña (deniers). Por lo que apostar por dos puntos, son 30 deniers, y así sucesivamente.
En cualquiera de los casos, lo de poner 40 en lugar de 45 es para que sea más corto cuando lo grita el juez.
La cosa es que cuando un partido va 40-15, el resultado se lee “cuarenta-quince” y cuando va 30-30 se lee “treinta iguales”.
Sin embargo, últimamente me estoy juntando con gente que tiene la costumbre de reducir lo prácticamente irreducible y decir “cuatro-quince” en vez de “cuarenta-quince” o decir “treintas” en lugar de “treinta iguales”.
A priori, ahorramos sílabas, por lo que parece un carro al que merece la pena sumarme.
El otro día dio la casualidad de que un set de mi partido de pádel iba 4-3 y el juego, 40-30, por lo que llamar a esto “cuatro-tres” generaba la tonta duda de si hablábamos de set o de juego.
Enfrente de mí, un señor que dijo: “ahora los modernos cambiáis las palabras que ya funcionaban y nos empezamos a liar.”
Y tiene razón. No sé por qué tipo de FOMO intento decir “quinces”, pero es una involución del lenguaje, para una nomenclatura de por sí ya demasiado compleja.
Esta es solo una de las múltiples técnicas de storytelling que he aprendido desde que me ha dado por escribir. Usar palabras sencillas, evitar la polisemia, acortar las frases, eliminar subordinadas.
No siempre me sale así. Como suelo decir, “no he podido escribirlo más corto porque tuve poco tiempo”. Escribir claro y que se entienda requiere más esfuerzo que los tochazos enrevesados, aunque alimenten mi autocomplacencia.
El otro truco es darle la vuelta y reírte de tu propio lenguaje, convertirlo en sátira.
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