Quienes me conocéis ya os podéis imaginar que soy negacionista. Sí, negacionista del cambio de año. Pero a veces no queda otra que compartimentar etapas para poder evaluarlas desde la distancia reciente (y eso que Scrum no existía cuando se inventó el calendario gregoriano).
Terminó 2021, el año del “casi”, porque casi vuelve todo a la normalidad, casi salimos de todas y casi acabo explotando.
Ha sido sin duda uno de los años más intensos de mi registro aunque navegando cronológicamente por mi experiencia laboral personal, los primeros meses fueron de un hastío desolador al que sólo le faltaba la guinda de la destrucción del Medialab-Prado (es importante la coletilla) que desde hace cuatro años llevaba iluminando el camino que he decidido tomar.
Por suerte (a.k.a. serendipia), la primavera trajo proyectos muy ilusionantes. De hecho, destino perverso, los trajo todos a la vez pero uno ya se va acostumbrando a la estacionalidad de los negosios.
Además, aproveché este terreno laboral para permitirme hacer algunos viajecitos aunque, para ser sincero, es la primera vez que me arrepiento de alguno de ellos. Aquellos factores que suponían un reto en el pasado acaban convirtiéndose en una herida sanada que se tiñe de rutina. Mi principal aprendizaje es que no siempre es buen momento para viajar (pandemia aparte) y lo que antes era improcedente por agobiante, ahora quizá es impertinente simplemente por tedioso.
Este asunto es sólamente un ejemplo paradigmático de aquel “casi” con el que iniciaba mi historia: siento que me he quedado casi sin retos y, como buen tres, no se me ocurrió otra cosa que planificarme un otoño de revulsivos.
Acercado sigilosamente al mundo de la política, comenzados nuevos deportes, puesto al día de «saludables» asuntos pendientes o desempolvados hábitos nostálgicos, todavía no he dado con la nueva tecla. Siento que casi la estoy rozando pero no tiento a encontrarla.
Ojo, eso no quiere decir que lo que he hecho hasta ahora me haya decepcionado. De hecho, todo lo contrario: ha sido claramente mi mejor año a nivel laboral pero, sin embargo, siempre queda el regusto de insatisfacción probablemente provocado por la propia presión de los ritmos sociales que cada vez aprietan más la soga del desarrollo personal.
Es el año en que más he trabajado, es el primer año en que TODOS los proyectos han sido exactamente como los que quiero seguir haciendo y también es la primera vez en que me he dicho con confianza eso de “joder, si es que encima trabajo bien y a la gente le gusta”. Incluso el año en que a veces salen las cosas mal pero también implica un éxito saber identificarlas a tiempo y gestionarlas. Aunque también es el año en el que casi trabajo demasiado (ningún fin de semana totalmente libre desde agosto hasta diciembre es una buena evidencia) y el año en el que casi soy rentable. Cada año parece un simulacro para lo que promete el siguiente, por eso no me gusta compartimentar las etapas en calendarios. Quizá el problema es la quimera que me generé hace ya un tiempo de que un día pasaría de la noche a la mañana despertándome y diciendo “pues ya estaría”. Sin embargo, temo estar adivinando que este será el estado natural con el que tendré que convivir y esas turbulencias, vamos a reconocerlo, me generan ciertos vértigos.
Hasta ahora, esta época tan extraña que nos ha tocado vivir al menos me ha forjado una mayor seguridad para comunicar cómo me siento y no invertir el tiempo por compromisos ni vacilaciones. Por lo que si estás leyendo esto y para 2022 tenemos planes en nuestra agenda, es porque aprecio y agradezco tu confianza. Y si aún no los tenemos pero somos conscientes mutuamente de esa confianza, tranquilidad, que los encontraremos, pero no los forcemos.
Y por fin llegaron las Navidades. Esa época que ¡sorpresa! me gusta tan poco porque implica tener tiempo libre para pararse a pensar. Mi mente analítica sí pudo volcar con facilidad los números de tiempos y dineros para identificar con qué proyectos, marcas y clientes salgo más rentable. Pero quedaba el melón importante por abrir: qué decisiones tomar en base a ese análisis.
Por fortuna, este año el cansancio mental acumulado ha tomado una acertada decisión involuntaria que ha sido la de incapacitarme a pensar qué hacer con mi vida en el futuro inmediato hasta que sintiera que he desconectado de innovaciones sociales y culturales lo suficiente por estar comiendo polvorones. Primero, a vaguear y, luego, ya veremos… y en esas estamos. No sé cuál es la moraleja de todo este cuento pero sí que sé que aún le quedan unos cuantos capítulos.
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