Daniel Llamas

🩹 #11 ¿Y si nos cuidamos demasiado?

Tengo un conflicto con el concepto de «cuidados».

Si bien ha sido uno de los términos en alza tras la crisis pandémica de 2020, a su vez implica la necesidad de una sensibilidad especial desde el contexto donde se promueve. Nadie con esta sensibilidad sería tan incoherente como para oponerse a que las personas adquieran este hábito de la empatía y la inversión en el afecto, pero, ¿desde dónde y hasta dónde enmarcamos esta práctica?

Encuentro paralelismos evidentes con la paradoja de la tolerancia, la cual nos recuerda la contradicción que existe si llevamos nuestro comportamiento tolerante hasta un extremo tal que acabamos legitimando posiciones radicales que inherentemente atentan contra la esencia de esta tolerancia.

Volviendo a los cuidados, una manifestación desenfrenada de los mismos puede acercarnos hasta un escenario en el que ofrecemos un excedente de empatía que realmente no es demandada pero, sobre todo, provocamos un paradójico descuido hacia nuestra propia persona.

Vivimos en un contexto acelerado, con una lógica feroz fruto del sistema capitalista aderezado por la postrera mentalidad neoliberal que ha sentenciado el camino del éxito a partir de una artificiosa competitividad. Por fortuna, cada vez con más frecuencia contamos con efímeros respiros que desvelan un leve halo que nos permite intuir que las lógicas alternativas realmente gozan de una oportunidad para virar el paradigma preponderante. Sin embargo, la realidad es tan cruel como inexorable y nos recuerda que seguimos enmarcados dentro de esa lógica perversa, en especial cada vez que tenemos que recurrir al bolsillo para volver a comer.

¿Puede ser sostenible de verdad cuidar de todas las personas a nuestro alrededor? ¿Incluso a aquellas con un compromiso moral pero cuyo cuidado provoque nuestra contrición y desasosiego? ¿Tiene sentido atrincherarnos en una cómoda y estable atención horizontal para evitar el esfuerzo de implementarla en el seno de estructuras y situaciones más evasivas a esta práctica? ¿Dónde marcamos la fina línea que separa una verdadera empatía visceral de un calculado designio de involuntaria reciprocidad?

No tengo ni mucho menos una leve pista sobre la respuesta a estos dilemas por lo que, hasta entonces, vayamos con cuidado.