Empiezo sin preámbulos: me cansa muchísimo el concepto de misión y visión que lleva décadas pareciendo el elemento imprescindible para vertebrar el inicio de cualquier actividad profesional.
Antes de soltar toda la bilis, he de matizar que no estoy hablando de una planificación estratégica y narrativa necesaria en aquellos casos donde, en efecto, estamos construyendo una marca hacia la que muchas personas (una comunidad, un público, unas trabajadoras o, en definitiva, una audiencia) deben sentirse alineadas. A tope con ello.
Hablo de elastizar estos conceptos en contextos ridículos hasta forzarlos a funcionar como un pretencioso faro de luces parpadeantes que pretenden abrir paso entre un humo que, todo sea dicho de paso, suele estar generado por el propio farero.
No dudo de que resulto un tanto histriónico cuando una persona, con mayor o menor dosis de maliciosidad, me pregunta las visiones sobre las que construí en su día AIDI y Macedonia y mi respuesta es que la primera fue un compromiso inesperado y serendípico fruto de unas semanas de aburrimiento post-universitario y la segunda fue todavía más prosaica: necesitaba dinero para vivir y lo que estaba intentando hasta entonces no me funcionaba.
Esta concienciada mofa no defiende la improvisación y la caótica ausencia de estrategias (¡nada más lejos de la realidad, vivan los canvas!) pero, quizá a consecuencia de las vías por las que me ha tocado vivir el comienzo de mi etapa laboral, no siento que sea necesario inventar una visión que unifique a mis equipos, sino que precisamente nacieron gracias a compartir unos valores en común.
Especialmente se despiertan las alarmas de mi desconfianza con aquellas personas que basan el 90% de sus procesos de emprendimiento en seducirte para eternos ejercicios de misión y visión, no vaya a ser que el «proceso estratégico» termine, haya que ponerse a trabajar y salgamos corriendo.
Me encanta hablar de que practico el anti-emprendimiento por estos motivos. ¿Acaso toda manera -legítima- de ganarse la vida tiene que tener un relato de superación, unas aspiraciones meteóricas y unos reclamos de proselitismo artificial? Más valores, más planificaciones y más comunicación, por favor, y menos quimeras.
En fin, creo que se nota que pertenezco a esta generación de descreídos que no confiamos en esbozar esos sueños que a otras generaciones prometían esperanzadores porvenires.
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