Esta semana es mi cuarto aniversario como autónomo (¡yay!) y como regalo de tortura he recibido la noticia de unas expectativas muy prometedoras para mi futuro profesional.
Básicamente, en unos años, ingresando una media de 1500€ al mes, quitándole cuota, IRPF y todos los gastos asociados, no llegaría apenas a los 700€ para vivir en una ciudad donde el alquiler medio ronda los 800€, pero ese es otro tema.
Pero no vengo (sólo) a quejarme políticamente, sino a reflexionar un poco sobre los procesos en los que se llegan a estas decisiones y cómo son un reclamo ideal para desatar odio y crispación.
En primer lugar, resulta paradigmático cuando una medida se anuncia con la pretensión de ayudar a un sector entero (sea cual sea) pero -ay, el cruel destino- dicho sector se levanta unánimemente en señal de protesta. A lo mejor hace falta enseñar sobre research y diseño a los decisores de los gobiernos, pero ese es otro tema.
En este caso particular, desde que ha salido el anuncio, toda conversación que he tenido con compañeros autónomos ha girado en torno a la potencial decisión de darse de baja en un futuro inmediato, cambiarse a otra modalidad como el cooperativismo o buscar argucias legales para esquivar los nuevos yugos, pero ese es otro tema.
Por otro lado, al escuchar a representantes públicos hablar sobre diversos temas “de actualidad”, me entristece sentir que siguen mirando la realidad con la óptica del siglo XIX (o peor, en pleno auge de la sociedad de consumo de mediados del XX). Lo siento, no todos los autónomos trabajamos por módulos. Tampoco todo autónomo es emprendedor. Hoy en día hay teletrabajo, hay ubicuidad, hay globalización, hay tecnología, hay crisis climática y hay un sinfín de ingredientes que añadir a esta receta pero la evidencia nos lleva a tenerlas en cuenta cuando el plato ya se ha quedado frío, pero ese es otro tema.
En siguiente lugar, en estas discusiones es fácil caer en tecnicismos fruto de la complejidad del propio sistema, laberintos perversos porque en ningún momento la administración ha intentado facilitar los sistemas de tramitación públicos. Sí, necesitamos contratar asesorías y gestorías que, para colmo, no siempre funcionan como deben, porque la educación financiera de la que partimos brilla por su ausencia y acabamos descubriendo las realidades según nos vienen dadas, añadiendo más esfuerzo al propio proceso de emprender, pero ese es otro tema.
A todo esto, la principal respuesta que recibo es “pues si no estás tan preparado para que te vaya bien como autónomo, no haberte metido”. Curiosamente este comentario (que a veces viene de perfiles inesperados) rezuma un clasismo de lo más rancio. Resumen: que te vaya que te cagas o vete a la mierda. Sin matices, sin empatías, sin entender que no todo el mundo tiene la misma situación, ni las mismas aspiraciones, ni los mismos recursos. Esto se ve más claramente si analizamos casuísticas diversas como aquellas personas que legítimamente pueden optar por un trabajo asalariado (a media jornada, por ejemplo) y paralelamente emprender un proyecto que no tenga ambiciones de escalar sino sólo de complementar. ¿Por qué juzgar esta elección?
La perpetuación de un relato entrepenuchi al más puro estilo “the winner takes it all”. ¿Acaso no estoy en mi derecho de NO querer vencer? Si hay personas que deciden aceptar un salario medio suficiente para la vida, ¿por qué esa misma opción a nosotros nos implica una desproporción de esfuerzo? La última liana a la que agarrarnos es la justificación de unas pensiones que directamente mi generación no vamos a oler, pero ese -y ya van unos cuantos pendientes- es también otro tema.
En último lugar: sí, sé que tú, seas quien seas y hagas lo que hagas, también tienes tus problemas. Pero dejarme luchar por los míos no va en conflicto con que tú también defiendas los tuyos.
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