Desde la reinauguración de mi etapa de gamer “de verdad”, he comenzado a caer en viejas costumbres y a fijarme en nuevos detalles.
Reconozco que tener un saldo activo en el monedero de mi Nintendo Switch Online me provoca caer en la tentación de comprar juegos indies por sólo unos euros, combinado con los títulos maestros.
Yo interrumpí mi aventura nintendera prácticamente en la etapa píxel, cuando ciertas sagas todavía bebían de su temprana innovación y donde la exigencia gráfica a la compañía nunca había sido relevante por parte de sus fieles seguidores. Porque los juegos eran jodidamente divertidos y eso era la esencia de Nintendo.
Sin embargo, me ha llamado poderosamente la atención algo que el Daniel adolescente pre-universitario no habría sido capaz de identificar: ¡QUÉ MALAS DECISIONES DE DISEÑO!
No hablo de desastres estéticos evidentes (que alguno hay), sino todo lo contrario: decisiones “estratégicas”; diseño de experiencia de usuario, para entendernos. Y me explico.
Paradójicamente, a pesar de que la consola muestra una limitación técnica, la gran mayoría de títulos que he probado hasta ahora SON PRECIOSOS: la música, las animaciones, los colores, los escenarios… horas y horas de inversión para que luego una mala decisión en las acciones asignadas a cada botón arruine toda la experiencia.
Sinceramente, con las gafas UX puestas, no me puedo creer que ciertas narrativas, ciertas mecánicas, ciertas interfaces, hayan pasado un test de usuario medianamente fiable. Precisamente, tras décadas de historia videogamer, la consolidación de ciertos “patrones de jugabilidad” debería provocar aciertos incontestables que no generen una utilización contraintuitiva de los controles, por ejemplo.
¿Será que hace años no era capaz de identificar estos aspectos en un videojuego porque sólo me preocupaba divertirme? ¿O acaso ahora los juegos deben entrar más por los ojos porque ya no se compran por su carátula en las estanterías sino por los gameplays de Youtube y los trailers en redes sociales? Precisamente por esta razón, parece evidente que una fórmula segura es la combinación de una estética preciosa con una jugabilidad tradicional pero asentada. Poco riesgo y buen marketing. Sin embargo, el riesgo acaba apareciendo -y vaya si lo hace- en aquellos aspectos donde nadie ha pedido arriesgar y lo que pretende ser una apresurada apuesta de jugabilidad se convierte en un castillo de naipes derrumbado.
Una vez más, como cuento siempre en los Diseñatones, cuanto más acotadas sean las restricciones, más se esfuerza el ingenio para aprovechar la creatividad al máximo.
En resumen: a tope con experimentos aunque, si te ha pillado el toro desarrollando la estética perfecta y no te ha dado tiempo a validarlo, mejor recicla una fórmula segura, pero no me dejes la casa sin barrer.
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