Daniel Llamas

⚽ #5 ¿Y si el Diseño no da pa’ más?

Empezamos fuerte: no creo en el diseño. No me malinterpreten, sí creo en la labor del diseñador; de hecho, me gusta mucho la palabra diseñar, así: en infinitivo, denotando acción. Porque si bien suelen diseñar (y muy bien, por cierto) personas que no son diseñadoras, también sucede habitualmente que hay diseñadores que no saben, no quieren o no necesitan diseñar. Y es completamente normal.

Cuento esto porque quizá durante mis primeros años como diseñador viví una mitificación del Diseño, con mayúsculas: oleadas de eventos y charlas donde se debatía qué herramienta era mejor o cómo debería llamarse cada subdisciplina, sin olvidar a los profesionales enseñando sus últimos renders. Todos éramos jovencitos, aplaudíamos a rabiar, absorbiendo lo máximo posible, esperando el momento en que esa etapa se quemara para dar pasa a nuevas profundidades. Mi decepción es que ese siguiente paso nunca llegó y me atrevo a decir que no tiene pinta de llegar. El diseño a mi alrededor no da más de sí.

En cambio, ese estiramiento intelectual me está proviniendo indudablemente a raíz de consumir contenido de todo tipo procedente de cualquier otra disciplina y ámbito de conocimiento.

Eso no quiere decir que nunca me aporte nada un evento catalogado como «diseño», pero sí que no me siento representado por un contenido o entidad que sean etiquetados exclusivamentes como tal, igual que en su día tampoco lo sentía por las entidades de «ingenieros».

Estas asociaciones léxicas me evocan al ámbito futbolístico: si naces en Sevilla, tienes que elegir entre el Betis o el Sevilla, y si te gradúas como ingeniero y diseñador, tienes que elegir entre el Colegio de Ingenieros o la Asociación de Diseñadores. ¿Acaso no puedo nacer en Madrid y apoyar al Celta de Vigo porque es el club por cuyos valores y narrativas más empatizo? ¿O incluso empatizar con varios a la vez? ¡Rompamos las normas!

Cualquiera puede criticarme ahora el desfile de etiquetas que uso en redes sociales para definir mi profesión pero, qué le vamos a hacer, tendré que comunicarlo de alguna manera. Sin embargo, pienso que sobre mí realmente hablan mis proyectos, que son una manifestación de mis intereses, de mis ideales y de mis acciones, pero no mi formación. Nunca habría logrado esa tangibilización si no fuera por haber tenido muchos y variados gorros, así como pertenecer a múltiples comunidades simultáneamente.

Por esa razón, me es imposible volcarme con solo una, porque mi activismo y mi afiliación se basan en integrarme en personalidades colectivas, generadas de forma natural a partir de unos valores afines. Cada una de ellas va a tener siempre matices con los que diferir y, como no hay dos personas iguales, sembraremos ricos debates. La suma de todas estas comunidades me definen como el profesional que soy hoy.

Ante las comunidades serializadas, endogámicas y quiméricas, reivindico lo bonito que es estirar la mente gracias a las comunidades pequeñas, activistas, orgánicas, mutantes, diversas e incluso contradictorias.