Estoy a punto de cumplir un año como autónomo, quién lo diría. Acabé en esa situación por la obligación fiscal de «hacer las cosas bien», puesto que tenía que cobrar varios proyectos que estaba terminando con AIDI. Esto me ha permitido aprovechar la figura de freelancer para explorar múltiples opciones de ingresos: trabajando en proyectos grandes para AIDI y sus clientes, ejecutando proyectos pequeños ad hoc y ofreciendo diversos servicios por mi cuenta.
Si bien mi experiencia no es dilatada, sí he podido atisbar tanto razones por las cuales he disfrutado de la experiencia como contrapartidas que me han tentado a pausar la aventura y aplazarla para otra época. Sin saber aún cuál será mi situación profesional en unos meses, me apetecía compartir mis impresiones para aquellas personas que dudáis si merece la pena emprender este camino, especialmente en sectores cercanos al mío.
Primero vamos con lo bueno
No te vas a aburrir
Ya sea por altas dosis de estrés, por el ritmo de los proyectos o por su gran variedad, es raro pasar varias semanas consecutivas trabajando sin tener una revisión, entrega o incidencia. Los peores tramos son aquellos en búsqueda de nuevas oportunidades donde es importante mantener la mente activa y planear un horario centrado en encontrar los próximos proyectos y estar al día.
Además, dentro de los propios proyectos, otra ventaja es que pueden ser de temáticas muy opuestas; y aun siendo la misma área, el objetivo puede ser lo que cambie, o la forma de trabajar, los colaboradores o las herramientas, por lo que cada experiencia es realmente nueva.
Libertad para organizarte como quieras
Esto quizá sólo lo verán como punto a favor aquellas personas altamente organizadas, pero puede extenderse para todas. Las primeras, podrán hacer malabares con su tiempo y energía para aprovechar al máximo cada semana; pero aquellas que no se sientan cómodas planeando los horarios, igualmente tienen la ventaja de exprimir las horas de mayor rendimiento y, poco a poco, adquirir hábitos de organización, previsión y eliminar la procrastinación.
Aun así, hay muchas formas de adquirir esos hábitos y algunos trucos realmente sencillos.
Estás siempre al día
Está claro que el freelancer no se puede relajar. El hecho de estar todo el rato quedando y trabajando con gente diferente, yendo a eventos o mismamente haciendo proyectos acaba aportándote una versatilidad diferencial. Pero no sólo eso sino que te obliga a estar al día de todas las tendencias, tecnologías, metodologías y herramientas de los sectores en los que trabajas.
Si indagas un poco más y das con las personas adecuadas, puedes incluso anticiparte a esas novedades y asumirlas antes que la gran mayoría, lo cual te abrirá ciertas puertas a la hora de demostrar que conoces bien hacia donde se mueve el sector.
Puedes elegir lo que te apasione
Si te va bien, y matizo mucho, si te va bien (esto es, tienes una holgada cartera de clientes y proyectos y, por tanto, puedes tomarte el lujo de elegir cuáles elegir en cada momento), tienes la oportunidad no sólo de pensar en el aspecto económico sino de gestionar tu motivación entre proyectos.
Por ejemplo, compaginar dos proyectos de áreas diferentes pero complementarias o elegir un determinado proyecto porque sabes que vas a aplicar sobre él parte del conocimiento que acabas de aprender en el anterior y, encima, si mantienes el portafolio al día, eso te va a dar puntos para conseguir el nuevo.
En resumen, no se trata de escoger siempre los proyectos que más te gusten sino los que más te convienen y equilibrar rentabilidad, aprendizaje, experiencia y motivación.
Mejor rentabilidad
Al igual que en el caso anterior, es algo que sucede cuando eres bueno en tu trabajo y ya tienes suficiente experiencia como para elegir bien tus proyectos (lo cual debería ser condición sine qua non como explico al final).
Por un lado, es obvio que sale más rentable por hora comparado con un puesto fijo, ya que las tarifas son mayores. El problema es que no estás trabajando de una forma regular y a eso hay que sumarle tiempos de inactividad y otras gestiones.
La clave es aprender a valorar tus horas de trabajo y, en especial, los objetivos a cumplir. Esto es, virar de un pensamiento «hora-centrista» a uno «resultado-centrista». Esto se explica porque, en una empresa, puede darse el caso de que, por la razón que fuere, tengas que interrumpir a medias un proyecto (por ejemplo para recibir una validación) y esas horas igualmente has de presentarte (y cobrarlas) trabajando en otra cosa. En cambio, si estás por tu cuenta, esas horas ya están perdiendo dinero si no las reinviertes adecuadamente.
Por otro lado, si lo que buscas es alcanzar un objetivo, debes tender a que las horas que trabajas sean aprovechadas al máximo para acercarte a esa meta, sin desperdicios intermedios y, para ello es muy recomendable combinar diversas formas de obtener ingresos, siempre enfocadas a resultados (formaciones, consultoría…) para alternarlas y vender tu cartera de servicios en función de tu carga de trabajo y capacidad en cada momento. Así, puedes montarte un escenarios de ingresos por múltiples vías muy interesante.
Pero para ello, primero hay que invertir muchas horas de arranque, hasta que domines cada una de esas vías para que el tiempo necesario en obtener los resultados sea cada vez más y más corto.
Y ahora lo no tan bueno
Siempre en el ojo de los meollos
Reconozcámoslo: ir a eventos, tomar unas cervezas con colaboradores, charlar con un experto al que admiras, etc. es divertido… cuando lo haces por gusto. Lo que pasa aquí es que, especialmente en épocas de búsqueda de oportunidades, esto se convierte en obligación. Has de seleccionar personas con las que quieres hablar, estudiar qué quieres decirles, contactar con ellas, cuadrar reuniones, aprovechar esos minutos y activar una buena post-reunión. Lo mismo con los eventos, donde en ocasiones tienes que tener mucha intuición para saber con quién debes hablar para optimizar el tiempo que pasas en dicho evento sacando el máximo beneficio profesional. En definitiva, detrás de acciones tan mundanamente sociales, al final hay que trabajar con eficacia y, eso ya se disfruta menos.
La paradoja del portafolio y los clientes
Consigues contactar con un potencial cliente interesado en tus servicios, te pide referencia de trabajos anteriores pero… ¡sorpresa! No tienes suficientes o de suficiente calidad como para enseñarlos y pierdes la oportunidad. Pero a su vez no puedes crear ese portafolio hasta que consigas tus primeros clientes. Esto no tiene por qué pasar solo en los primeros pasos de tu carrera, sino al reorientarla hacia otro sector o especialidad. ¿Recomendaciones? La más obvia es trabajar previamente en una empresa donde obtener una cartera de proyectos e historias que poder vender cuando vayas por tu cuenta. Si no, has de enseñar algún tipo de contenido pero, sobre todo, saber qué quieres contar con cada cosa que enseñas. Pero claro, esto es algo que deberías tener ya altamente preparado en el momento en que empiezas a invertir dinero, tiempo y esfuerzos con la vida de autónomo, porque la hucha ya habrá empezado a vaciarse.
Didactismo a base de leches
Esto depende mucho de qué clientes buscas (o encuentras). En el mejor de los casos, no es nada ni siquiera criticable, sino una realidad con la que hay que lidiar. En mi caso, y esto se extiende a otras muchas profesiones, existe la posibilidad de ser contratado por personas o empresas que o bien no están acostumbradas a trabajar con freelancers o que tienen nulo conocimiento de tu sector. Por ello, hay cierta tarea «didáctica» de explicar al cliente por qué haces lo que haces y por qué cuesta lo que cuesta. Realmente es una justa criba para discernir entre un buen cliente y aquellos con los que mejor cortar desde un inicio, si valoran de forma destructiva tu trabajo.
El peor de los casos son aquellos que, aún entendiendo lo que haces y pasando ese primer filtro, acaban envenenándose hasta tal punto de regatear a posteriori contratos ya firmados, alargar impagos de forma reiterada o incluso excusarse con que la empresa se disolvió mientras estabas haciendo tu trabajo y ya no te van a pagar.
Asincronía de las cosechas
Las épocas de sequía pueden ser tan frustrantes como las épocas en la que se solapan varias cosas y no te da la vida para hacerlas como quieres.
Esto puede ser considerado como un arte. Trabajando por tu cuenta vas a encontrarte oscilando constantemente entre períodos donde necesites clientes y la baja actividad pueda llevarte a la desmotivación pero, también, cuando consigues esos proyectos, acabas en semanas tan intensas donde a menudo tienes que hacer equilibrismos para compaginar varios proyectos que se solapan y te absorben tu vida personal.
¿Cómo prevenirlo? Idealmente, consiguiendo proyectos, con eso te aseguras evitar por un lado los períodos de sequía. Por otro lado, contando con colaboradores en quienes confiar para «desviar» cargas de trabajo que no puedas asumir por tu falta de tiempo y así el proyecto no se pierde para todos. Finalmente, y esto da para otra entrada, entendiendo qué tipo de proyectos buscas, qué fases tienen y en cuál eres especialista. Es más fácil compaginar proyectos cuando tu papel es estratégico o de coordinación que si, lógicamente, necesitas presencia física en dos lugares al mismo tiempo.
Especialista en desespecializarte
El hecho de cambiar tanto de proyectos te imposibilita a veces experimentarte en un tipo específico porque, en muchas ocasiones, has de adaptarte a los requerimientos e indiosincracias de cada cliente. ¿Qué licencia adquiero si cada cliente me pide usar un software distinto? ¿Cómo centralizo mis gestiones si tengo que emplear cada vez nuevas herramientas? ¿Hago una inversión en equipo propio aunque luego he de estar trabajando meses con el de una empresa? Esto también es algo revertible en base a qué estás dispuesto a permitir y qué no. Es un ejercicio interno, porque los gastos que compensan a cada uno lógicamente son diferentes.
Hablando ya no sólo de cuestiones operacionales sino referentes a la orientación del propio proyecto, habrá sectores, enfoques, metodologías de trabajo e incluso equipos con los que te interese más o menos trabajar. Si consigues evitar el ruido de lo que crees que no aporta valor a tu carrera, será más fácil en el futuro rodearte sólo de elementos con los que sientas comodidad y quieras seguir evolucionando. Por ello, es necesario que sepas hacia dónde quieres que vaya tu carrera.
Una vez leí que para que un pianista pueda permitirse el lujo de improvisar, primero tiene que tener un dominio absoluto sobre el instrumento, para que parezca que lo hace sin esfuerzo. Por lo tanto, la versatilidad, la flexibilidad y la afinidad no se consiguen en base a pegar tiros al aire aleatoriamente, sino que es un arte que hay que dominar con la práctica. Al final, para alcanzar ese nivel profesional, siempre has de ser especialista en algo, aunque sea en no ser especialista en nada.
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¿En qué quedamos?
Aunque no la he hecho durante todo el relato, voy a hacer una distinción sutil pero necesaria para explicar mi reflexión: no es lo mismo ser autónomo que freelancer. Puedes darte de alta como autónomo y que ésta sea tu situación fiscal por alguna determinada razón (ejemplo: cobrar un proyecto), pero si no estás trabajando con un flujo de ingresos suficientes como para echar cuentas vitales, no utilizaría la palabra freelancer.
Por esta razón, y basado en mi experiencia personal, si tienes que cobrar ciertos proyectos, primero analizaría las estructuras legales que te permitan cobrarlos. Si es algo puntual y no recurrente, a lo mejor te compensa facturarlo como persona física, aunque eso ya te implique declarar el IVA trimestral. O si es algo recurrente y para la misma empresa, quizá es que deberías tener un contrato. La lástima es que el sistema actual acaba provocando en demasiadas ocasiones mucho cobro en dinero negro o conversión en falso autónomo porque, sencillamente, no queda otra si no quieres salir perdiendo dinero.
Finalmente, y respecto a ser freelancer, sólo lo recomendaría si tienes muy claro por qué lo haces. Esto implica tener una seguridad de dónde eres experto, qué servicios ofreces, en qué precios te mueves, cuáles son tus clientes, qué capacidad tienes y cuáles son tus líneas rojas. Si a esto le sumas una experiencia previa trabajando en el sector, clientes ya asegurados de tu trayectoria, una marca personal suficientemente atractiva y una red de colaboradores fuerte, adelante. Si cuando has leído todo esto piensas que te falta más del 75% de lo que he mencionado, te recomendaría que aún no es tu momento y no des el paso definitivo hasta que tengas esta estructura bastante avanzada y validada, lo cual puedes hacer mientras trabajas para terceros, mientras te formas o mientras te tomas un período sabático efectivo.
Imagen de header tomada en Google Campus Madrid.
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