Medialab-Prado es mi lugar favorito de Madrid. Y si lo que voy a contar se entiende como crítica es precisamente por todo lo que me ha dado.
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Gracias a Medialab-Prado descubrí mi verdadera vocación y existen AIDI, Macedonia y un gran número de las iniciativas que me han definido como profesional y como persona. A mí y a tantas compañeras a mi alrededor. Por eso, me duele que la hemos cagado y no hemos sabido verlo hasta que era demasiado tarde.
Sí, la culpa básica es que aquellos que no creen en la cultura participativa ni en la innovación ciudadana abierta quieren cerrarlo, reducirlo, extinguirlo o como queramos calificarlo, pero creo que sigue faltando un ejercicio de autocrítica sobre por qué hemos llegado a esta situación.
Siempre he creído que a Medialab-Prado le faltaba transferencia de todos los procesos de experimentación e investigación. Sí, sé muy bien que el fin del espacio no es generar esa transferencia, pero existe un vacío de «algo» que cogiera todo ese conocimiento generado y lo transforme después en un impacto real. Ojo, no tiene que ser en favor de las (malvadas) empresas sino de cualquier entidad pública, fundación o la propia sociedad.
Leyendo por redes a personas ajenas a este universo, ha habido intervenciones lamentables ridiculizando aquellas propuestas que descontextualizadas podían resultar más llamativamente inútiles. Porque lo que no se comprende, se ridiculiza. Pero claro, aquí quiero poner el foco en que entiendo que no se entienda.
Por tanto, creo que uno de los problemas ha sido esencialmente léxico. Si queremos conseguir esa transformación, sea del tipo de sea, ¿cómo vamos a lograrlo si las personas que no están en Medialab no entienden lo que hacemos? Nuestra compañera Ángeles lo define como «gimnasio para la mente» y creo que son cuatro palabras que calan más que contar sobre metodologías sistémicas, post-futuros, hibridaciones sinergéticas y tejidos intercomunitarios. Quizá estos palabros deberían ser nuestro pequeño secreto y debemos aprender a traducirlos para quienes no hablan el mismo dialecto.
Ni mucho menos pienso que Medialab-Prado debiera convertirse en algo mainstream pero, si de algo pienso que ha pecado, es de ser TAN inclusivo que se vuelve excluyente. Si estás en el ajo (como considero que estoy yo) me entero de todo, sé qué botones pulsar y qué términos usar. Si estás fuera, la espiral centrífuga te puede expulsar antes de entrar.
Esto lo he visto de primera mano en ciertos formatos donde, a aquella persona con pensamientos relativamente más liberales que la esencia (porque, no nos engañemos, en ocasiones hemos funcionado como un laboratorio ideológico), no les dimos argumentos para disfrutar de la interdisciplinariedad. De aquellos barros, estos lodos.
Yo me atrevo a decir que más de la mitad de mi facturación viene gracias a Medialab-Prado. Pero, siendo sincero, todas las iniciativas en las que he ayudado murieron de una forma o de otra, sin conseguir trascendencia más allá de la propia experiencia (que no es poco). EXCEPTO aquellas que se imbricaron con otros proyectos externos donde sí era relevante medir la transferencia, flexibilizar la estrategia y, en definitiva, no solo pasarlo bien sino comer café y postre. Si empezara a preguntar a mis compañeras, la lista se llenaría en cuestión de minutos de proyectos, empleos, convocatorias, réditos e impactos que no solo han movido el tejido social y cultural, sino también el industrial y económico. Lo que les gusta a ellos.
He apoyado todos los recientes movimientos de hashtags, encadenamientos virtuales y demás señas de apoyo pero, quizá, si nos están quitando Medialab porque no le ven la utilidad, ¿no habría sido más inteligente organizarnos para tracear esos impactos y contraargumentar con datos una decisión tan infundamentada como rebatible?
Lo siento, Medialab. Tú has sido una defensa para todos nosotros, -un lugar impredecible donde suceden las mejores casualidades-, pero ahora nosotros no hemos sabido defender la crónica de un desmantelamiento anunciado.
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