Daniel Llamas

El caos de la estabilidad

Estudia una carrera, quizá ese máster, consigue un trabajo fijo, si es tras oposiciones, mejor. Es un mantra que nos hemos (¿o nos han?) repetido durante años, enfocados en la búsqueda del mismo bien preciado: la estabilidad. Tu vida laboral debe enfocarse a permitirte mantener una familia, comprar un piso, también un coche. Todo lo que se aleje de este camino, es desasosiego e inseguridad. Son tumbos, será caos. Quizá esta idea es herencia de unas generaciones cuyos padres sintieron en sus carnes la absoluta inestabilidad de décadas convulsas (política, social, e incluso identitariamente); donde lo verdaderamente importante era sobrevivir con seguridad y el sueño del Estado del Bienestar se alzaba como la más ansiada aspiración social. No nos engañemos, la esencia de esta realidad está presente en nuestra sociedad hoy en día, con la diferencia de que esa estabilidad es cada vez más precarizada y gozar de ciertos empleos fijos a veces se torna un imposible si te encuentras en el triángulo negro de vivir en una ciudad con rentas altas, pertenecer al sector cultural o creativo y, para más inri, ser joven. Vivimos una época de incansable incertidumbre, donde lo único asegurado es que seguirán llegando más cambios y cada vez de forma más acelerada. Los avances tecnológicos, la globalización y la crisis del sistema nos están empujando a re-entender la forma en la que producimos, y por extensión, la forma de relacionarnos con otras personas para trabajar. Antes de adentrarnos en materia, queremos advertir que no hemos encontrado una única respuesta a este problema, pero sí múltiples perspectivas para sortearlo. ¿Por qué no usamos la inestabilidad como impulso? Vamos a aprovecharnos de aquello que mejor nos define para crear organismos vivos, que se adapten a cada contexto y se alimenten de esa propia incertidumbre. Esta metáfora  puede sonar muy arriesgada o incluso vanidosa pero realmente lo podemos ver a través de colectivos de personas inquietas, versátiles, concienciadas y, sobre todo, con la necesidad de tomar las riendas de su camino, de mantener sus identidades tanto a nivel individual como grupal y de crecer en dimensiones más allá de la meramente profesional.  

No estamos solos

Todas estas variables son bien conocidas por agrupaciones recientes como la que conforma el Proyecto Galaxxia, una plataforma de jóvenes trabajadorxs culturales a nivel estatal basada en conceptos como el apoyo mutuo, la descentralización y el post-internet. “Galaxxia surge como una alternativa a un contexto laboral precario e hyper-competitivo. Creemos que el trabajo en red, desde la colaboración y los cuidados contribuyen a lanzar y fortalecer nuevas propuestas culturales. Somos una generación que ha crecido con herramientas digitales; en Galaxxia las aplicamos para potenciar lo relacional y trabajar con proyectos situados en zonas del territorio generalmente invisibilizadas en las dinámicas culturales” comenta Iris Hernández, una de las promotoras de Galaxxia. Los modelos colectivistas donde personas de un mismo ámbito se alían para conseguir mejores condiciones y resultados no son una novedad. Equipos horizontales, fluidos y cambiantes, donde tenemos ejemplos tan reconocidos como los históricos La Nave, germen inicial de la ADCV (Asociación de Diseñadores de Valencia) y Memphis, que dio voz a una generación en rebelión contra el establishment del diseño, hasta los más contemporáneos, como Boa Mistura en el ámbito del arte urbano o Recetas Urbanas y Enorme Estudio en el campo de la arquitectura. Siguiendo la línea del impacto social y urbano, Zuloark, Basurama o Makea tu Vida son otros grandes iconos en el panorama nacional, mientras que si abrimos las fronteras tendríamos menciones para rato, aunque hemos querido resaltar el trabajo colaborativo en torno al arte, la arquitectura y el diseño de Assemble en Reino Unido.  Pero si ponemos el foco en otras alianzas más “corporativas” en torno al diseño y la innovación podemos apreciar el gran trabajo de los equipos de Ilios o Tramontana canalizados desde Madrid, pero también el de los gigantes internacionales Pentagram o Magnum. “Cada vez que tengo que reinventarme profesionalmente, intento recordar lo que quiero que no cambie; en mi caso es tener tiempo, espacio e independencia económica para seguir desarrollando mi producción. Mi último giro de volante, tras haber pasado por la gestión cultural o la escenografía en teatro, va a ser el tatuaje, siempre consciente de que mi trabajo como artista debe continuar aunque no siempre me dé para comer”, comenta Lydia Garvin, cofundadora de PROA, un espacio que busca dar respuesta a las problemáticas encontradas en nuestro entorno cultural contemporáneo. Uno de los caldos de cultivo más importantes que existen en Madrid para que nazcan estos organismos es Medialab-Prado, el centro cultural tecnológico del Ayuntamiento basado en la el aprendizaje colectivo, la cultura libre y la participación ciudadana.  Allí trabaja como mediador Adrián de Miguel, quien comenta que «lo interesante de la inteligencia colectiva es el enriquecimiento que se produce durante el proceso y que proviene de las diferentes perspectivas y experiencias de cada persona». En este contexto, se conocieron las personas que conforman el Espacio ‘?’ [interrogante], que es una plataforma de producción que nace como reacción a una incertidumbre generacional y a través de la que conocen otros colectivos como NADA, quienes exploran el derecho a la ciudad a través del diseño performativo, o el estudio transdisciplinar Carnicería, más enfocado en la cultura audiovisual Si nos movemos de acera (pues enfrente de Medialab-Prado encontramos una de las sedes de ImpactHub, la mayor red global de comunidades de emprendimiento con impacto) podemos hablar con Kike Labián, CEO de Kubbo, quien nos cuenta que «los procesos creativos en equipos colaborativos no solo sirven como experiencias útiles para generar nuevos productos, sino como ejercicios de empatía que revalorizan otras profesiones y dignifican saberes. El pensamiento artístico es un chip, una funcionalidad que todas las personas tienen, y que permite cuestionar de manera crítica todo aquello que nos rodea. Cualquier disciplina artística supone un ejercicio humanista de generosidad que es fundamental para la innovación social». Kubbo es una compañía que reúne a artistas interdisciplinares con la convicción de aplicar su experiencia en primer nivel de artes escénicas a los retos sociales del siglo XXI.  

El Baile de sombreros

Finalmente, entrando a las propias sendas que nos han llevado hasta Yorokobu, este mes cumple cinco? años la asociación AIDI, una comunidad centrada en la investigación, el diseño y la innovación, desde la que se divulga y se potencia el impacto social, industrial y cultural del diseño.  «Hemos creado una comunidad de personas innovadoras y creativas basada en un concepto de colaboración abierta intergeneracional, con mucha influencia del tradicional sistema gremial basado en mentores. Estamos permanentemente buscando  un modelo horizontal de colaboración, donde nos convertimos en aprendices-colaboradores, algo que hemos desarrollado y potenciado de forma orgánica” afirma Victoria de la Torre, una de las principales coordinadoras de AIDI durante estos años. Junto al trabajo en la asociación, también es una de las fundadoras de Macedonia, el estudio de diseño en el cual funcionamos como una agrupación fluida de profesionales centrados en diseñar realidades significativas para la innovación social y cultural. “Sin ninguna duda, nos gusta pensar que las nuevas oleadas de organizaciones no venimos a destruir lo que han hecho otras generaciones y a darle la vuelta al sistema, sino a recoger su testigo, heredando todo el aprendizaje colectivo generado hasta la fecha para poder construir sobre ello; este es el motivo por el que para nosotros aprender es tan importante como el hecho de empoderarnos para que nuestra voz también se tenga en cuenta» matiza Victoria. Ojalá existieran argumentos más sólidos para sostener cada uno de estos relatos, pero solo el tiempo permitirá  justificar la existencia de estos organismos. Organismos que no son fines en sí mismos, sino medios para podernos abrir paso entre la espiral de la precariedad. Organismos que morirán y se reproducirán, que mutarán, pero donde las células seguiremos siendo las mismas. Ahí surge el concepto de “baile de sombreros”, porque dependiendo del organismo y del momento, cada célula debemos adoptar roles diferentes, a veces incluso contradictorios. Es en este trenzado de organismos donde aprendemos a jugar al baile de sombreros, pues dependiendo del momento, adoptamos un rol u otro, a veces incluso contradictorios. Esto es algo complicado de explicar y, sin duda, en ciertos contextos nuestra aparente corta edad nos penaliza. A veces nos encontramos con el prejuicio de que nos hacen falta diez, veinte o treinta años más de intachable trayectoria para que se pueda considerar legítima esta forma de trabajar (¿vivir?) para una generación que lleva el lastre de primar el idealismo ante el  pragmatismo. Y esa sensación la genera el hecho de que, si bien estamos abiertos a recibir críticas de todo tipo sobre la forma o contenido de nuestra idiosincrasia, queremos superar los argumentarios verticales en los debates, basados con frecuencia en nuestra presunta  falta de experiencia, para poder generar una sana discusión donde poder contrastar y profundizar en las diferentes reflexiones que realmente nos permiten evolucionar. A todos. Después de poder charlar con una muestra minúscula de todas las personas que de forma relativamente subrepticia estamos intentando ganarnos la vida con modelos alternativos, hay una conclusión que está clara; no nos sentimos identificados con las etiquetas del «emprendimiento» porque socialmente ha adquirido unos matices, valores y estructuras muy controvertidos en los últimos años. No trabajamos así porque queremos, sino porque es nuestra única vía de escape y sentimos que no nos ha quedado otro remedio. Nuestro objetivo no es crecer, escalar y arriesgar financieramente unos recursos que no son nuestros sino que, paradójicamente, lo que buscamos es la estabilidad. Una estabilidad construida desde el caos. No estamos emprendiendo. Lo único que hacemos es buscarnos la vida, como al fin y al cabo, se ha hecho siempre.

Publicada originalmente (resumida y referenciada) en Yorokobu.

Escrita junto a David Mingorance (autor de las imágenes) y Victoria de la Torre. Gracias a Iris, Adrián, Kike y Lydia por participar.