El pasado mes de diciembre fui invitado a una sesión informativa para alumnos de bachillerato que se encontraban en aquel momento de elegir su futuro. Estaba organizada por una asociación de profesores de Madrid y en dicha sesión participaban representantes de distintas ramas de instituciones educativas de carácter técnico o tecnológico, tanto de universidad privada, pública como de FP. Yo en teoría iba a apuntalar unas palabras sobre Diseño Industrial y poco más, pero realmente salí con una sensación bastante agridulce y me gustaría explicar por qué.
Lo primero de todo, quiero matizar que mi intención no es criticar a ninguna persona o institución en concreto porque, lamentablemente, desde los días en los que vivía esa etapa pre-universitaria, he experimentado estas situaciones de forma recurrente.
Recuerdo aquellas visitas a AULA en las que, al preguntar por mi carrera, me contaban: «¿sabes los robots que fabrican tornillos? Pues en la fábrica tú harás los tornillos de esos robots». Alentador es poco. Más aún cuando descubres que puedes acabar realmente haciendo eso. Pero ojo, ahí estaba yo en cuarto de carrera en esa misma feria vendiéndole la carrera a nuevos posibles alumnos, sin saber muy bien qué decía. Una madre me preguntaba: «mi hijo duda entre el ejército y la pintura»; «creo que ingeniería en diseño es lo que está buscando, señora».
Vale que es una feria, vale que cada centro quiere captar los máximos alumnos posibles y vale que hay que disimular los defectos pero… ¿no se trata de orientar? Quizá hay que entender aquello de que precisamente el diseño va de solucionar un problema pensando en las necesidades de la persona de tal forma que el producto sea una consecuencia, porque además con esa aproximación acabas vendiendo más y mejor.
Este contraste se puede ver fácilmente cuando los principales baremos que se venden para decidir tu destino profesional son la nota de corte, la antigüedad de una escuela o las reputaciones (que habría que ver qué significa eso)
Quizá deberíamos plantearnos que, cuando un alumno pregunta, hay que escucharle pero no para contestarle después aportando datos inconexos, sino para entender realmente su duda.
De vuelta a la sesión a la que asistí, llegamos al punto en el que, claro, los estudiantes hacen las típicas preguntas: ¿Es mejor la FP o la carrera? ¿Qué salidas tiene mi profesión? ¿Si ahora se me da bien A y me gusta B, se me dará bien esta carrera? Respecto a esto, quiero dar un toque de atención a la ambigüedad con la que recurrentemente contestaban los profesores, muy propia a la que nos tienen acostumbrados por desgracia los políticos en nuestro panorama. No mojarse, echar balones fuera, justificar una ausencia de datos aportando otros datos inconexos. Pienso que es tan sencillo como parar un segundo a preguntar al alumno: ¿estás satisfecho con esa respuesta? Escuchar pero no para contestar después, sino para entender.
A lo mejor hay que hacer un ejercicio de humildad y si un alumno te cuenta que le apasiona la historia del arte, que se le da bien la historia del arte y que quiere ser historiador de arte, no hay que darle un folleto de ingeniería biomédica. Y así de paso ahorramos un poco de papel.
Recordemos, están eligiendo una profesión, un futuro, una dirección no sólo un centro de estudios. Sí, el centro de estudios formará una parte importante de ese futuro, pero dejemos de vender un modelo concreto de coche al que solamente quiere desplazarse, que a lo mejor lo que necesita es una bicicleta, una noria o un trineo. Si eventualmente decide que quiere un coche, ahí cambiamos el discurso y empezamos a ver los modelos.
Por otro lado, y esto sí es algo que me gustaría censurar, veo innecesario mentir para convencer. Esto lo comprobé en su día de forma individualizada, donde profesores convertían recomendaciones en directrices de forma excesivamente trivial, con las que alumnos empezaban con el pie equivocado nuevas etapas (y el tiempo fue soberano para demostrar que eran grandes errores); pero también lo comprobé con ciertos discursos triunfalistas.
He oído en innumerables ocasiones la gran calidad de la que goza la universidad española (sin distinción de pública y privada) y, en estas sesiones, se menciona que cualquiera de las universidades presentadas se encuentran entre las mejores del mundo, sistema incluido. Sí, sólo hay que desgastar la rueda del ratón un poco hasta llegar al puesto 159 donde encontramos la primera. Podríamos desglosar el ranking para ver que no se trata sólo de Harvard, Oxford y el MIT, sino que hay otras muchas universidades presentes. ¿Cómo puede ser que países geográfica y culturalmente afines, a los que triplicamos en PIB y cuadruplicamos en población, como Suecia, tengan hasta cuatro universidades por encima de nosotros? Por aludir a mi caso personal, me resulta triste filtrar la universidad donde yo estudié y ver que en «calidad de enseñanza» tiene apenas un 25/100 y, al ordenarla por este criterio, ni siquiera computa en el ranking mundial (+600º) y por detrás de un par de decenas de universidades españolas, tampoco con buena nota.
¿Y qué hacemos? Pues, como si fuera una primera cita, entiendo que haya que oler bien y maquillarte un poco los granitos, pero veo desmedido decir que eres astronauta, si sabes que te va a pillar a las dos conversaciones. A lo mejor un primer paso es no hablar tanto de las universidades o hacerlo con más cautela, para darle protagonismo al alumno y a su futura decisión, que para eso están ahí. Una vez elegida la carrera, al final, la distancia, la nota y el dinero son los factores que acaparan casi toda la relevancia para la inmensa mayoría de incipientes universitarios.
El zénit de esta citada sesión, en mi opinión, y de nuevo sin aludir a nombres propios (aunque sinceramente no los recuerdo), fue cuando una de las personas comentó que España era el país con más invenciones del mundo. Puede que se refiriera a que es el vigésimo séptimo país del mundo con más aplicaciones de patentes europeas per cápita (según su población) presentadas en el año 2017 ante la Oficina Europea de Patentes. Quizá a que somos el vigésimo cuarto país exportador de alta tecnología, es decir, productos con alta intensidad de investigación y desarrollo. O que nos encontramos en la trigésima sexta posición en la clasificación de 2018 por Índice Mundial de Innovación.
Está claro, que quizá somos líderes en invenciones, porque los datos nos los inventamos estupendamente. Es el síndrome Lake Wobegon aplicado a macro-escala. No soy muy amigo de evocar el orgullo patrio pero, de hacerlo, mejor que sea en otros ámbitos, que los hay.
¿Y ahora qué hacemos? Estamos en la cita, hemos dicho que somos astronautas pero, además, que tenemos el cohete aparcado en doble fila. ¿Qué posibilidad hay de que algo salga mal? Eso sí, el grano ni se ha notado.
Bueno, he contado que fui allí no a quejarme del mundo sino a decir unas palabras. Llegado el momento (tras un retraso acumulado de casi dos horas ininterrumpidas consecuencia de esas divagaciones, por cierto), quizá la mitad del público inicial que aún resistía no era ya la audiencia más receptiva. Reconozco que no arriesgué demasiado con mi intervención, diciendo tres cosas sobre las definiciones de Diseño Industrial de la WDO e intenté arengar a la gente para que no se fustiguen, que hay tiempo para equivocarse. «¿Que estáis acabando el Bachillerato y aún no sabéis a qué dedicaros? Yo acabé la carrera y el máster hace varios y tampoco lo sé». Pero, en definitiva, ¿cómo consigues hacer una charla motivacional en un minuto a alumnos que durante tres horas han recibido infinidad de datos de todo tipo, algunos de ellos contradictorios, y sólo les queda en la cabeza una amalgama de indecisiones? Totalmente frustrante.
Sólo me frustra más que quienes no son capaces de escucharte sean profesores o incluso profesionales, los cuales primero te muestran interés en conocer más sobre tu profesión pero parece ser que no lo suficiente para atenderte más de tres palabras. Esto lo contaré algún día explicando por qué no me fío de las personas que no te miran a los ojos cuando te hablan.
Cuando intento transmitir qué es el diseño industrial a alguien ajeno a la disciplina, lo explico incluyendo también aquellos argumentos contra los que, en otros contextos, discuto.
Por cubrirme en salud, durante el comienzo de mi intervención, quise saber a quiénes de verdad le interesaba lo que podría decir sobre el Diseño Industrial y apenas 2-3 personas levantaron la mano. Bien. Lo primero que hice al acabar fue ir corriendo hacia ellas para que me preguntaran, sin filtros, sin cortesías, sin ventas.
Quiero recalcar que no soy un oráculo para predecir qué decisión tomarán esas adolescentes y no me siento para nada empoderado como para hablar transmitiendo una serie de verdades únicas respecto a mi disciplina, pero sí sé que llevo cuatro años hablando con diseñadores industriales de todas las edades, procedencias, de Madrid y de fuera, de decenas de escuelas, de asociaciones, de industrias, de empresas, reconvertidos y renegados, y a raíz de todo ello he formado muchas opiniones y comprendido todos esos puntos de vista. De hecho, a la hora de querer transmitir un consejo objetivo, no solo explico cómo pienso yo, sino que explico cómo piensan otros diseñadores mostrando argumentos contra los que, en otros contextos, habría discutido, pero que tienen igualmente relevancia. No tengo ningún cohete que vender, así que prefiero contar lo que hay.
Probablemente no caí en la mejor de las gracias para los otros ponentes por haber intentado «colarme» en otro tipo de discurso, aunque muy superfluamente, y tampoco creo que entre los asistentes, por haber hablado poco, tarde y mal.
Probablemente el hecho de contarlo aquí no sirva para nada más allá que levantar algunas ampollas y meterme en jardines innecesarios. Probablemente nunca consiga tener el conocimiento, la voluntad y la voz suficientes como para poder mejorar aquello que critico. Probablemente sea un cambio tan inmenso y complejo que lo más sencillo sea no cambiar nada.
Pero me voy sabiendo que, al menos, pude hablar ese día con un par de personas durante unos minutos. ¿Mañana serán diseñadoras o ingenieras? No lo sé, pero sólo por eso para mí mereció la pena echar la tarde.
Imagen de cabecera tomada en una de las salas de conferencias de Google Campus Madrid.