No hace falta explicar que durante este ya concluido 2020 hemos vivido una transformación cuasi sistémica de algunos de nuestros hábitos más arraigados. Estas novedades se han sucedido impositivamente por lo que han pillado a más de uno con el pie cambiado y hoy quiero hablar en concreto del incesante e inédito tsunami de experiencias online que nos han ahogado durante este fatídico año.
Los primeros meses de reclusión desempolvamos tres o cuatro herramientas que llevaban años en el ostracismo y creíamos que tenía sentido virtualizar aquel festival de diseño que tuvo que ser cancelado pero, de repente, no solo queríamos llevar a nuestras pequeñas pantallas la Semana Santa, los viajes a la playa y la final de Eurovisión sino que, además, había que crear eventos nuevos. La churrería de Streamyard.
Aquí servidor, tan fan de la cervecita y su condensada dosis de postureo en los (también excesivos) eventos presenciales que se celebran en Madrid, acabé repudiando todo aquello que se promocionara en el ciberespacio. Tras el obligado ejercicio de reflexión, nos dimos cuenta (incluyo a David y Vicky, como siempre) de que el problema no era que hubiera eventos online; el problema era cómo eran los eventos online. De hecho, simplemente bastaba cotejar algunos testimonios de organizadores y asistentes para darnos cuenta de que los problemas siempre eran los mismos: «nadie podía prever que este evento presencial al final se cancelaría», «es normal que se caigan la mayoría de asistentes», «la gente se cansa delante de una pantalla»…
¿Puede que el problema es que NO estuviéramos diseñando eventos virtuales sino que hemos sido presa de nuestra propia nostalgia forzándonos a digitalizar una realidad presencial que nunca sucedió?
Esto es similar a aquellas -buenas- novelas que desencadenan -horribles- adaptaciones en la gran pantalla porque se limitan a contar la misma historia sin acometer un ejercicio de concepción adaptada al nuevo formato. Tampoco nos fustiguemos, que todo acaba de cambiar y aún estamos en los albores de un nuevo tipo de experiencias que alcanzarán un punto de culminación cuando podamos (y debamos) combinar el jaleillo presencial que tanto nos excitaba con los nuevos medios y comodidades. Si algo hemos aprendido es que pormucho que ahora todo sea digital, cuando volvamos a salir a la calle no volverá a ser todo físico.
Este tipo de reflexiones (y muchas más, que si algo tuvo el año fue introspección colectiva) nos llevó a organizar el tercer Diseñatón online desde cero. Y claro, queríamos empezar a pisar la senda de crear algo diferente, pues opinar sobre los eventos vecinos siempre es más fácil que organizarlos tú mismo. Todo lo que sucedió se puede leer en este documento pero quiero detenerme a meditar en voz alta sobre mis cinco aprendizajes personales, los cuales quizá resultan contraintuitivos para la tónica general que imperó durante 2020.
A lo largo de este año hemos asumido (o más bien ciertos eventos han abanderado) que el mundo digital es algo nocivo, sin medias tintas y, por tanto, hacemos la inferencia de que la angustia aumenta cuanto más tiempo pasemos en él. Sin embargo, podemos encontrarnos sesiones de una hora que son un infierno y fines de semana enteros conectados que son verdaderamente enriquecedores.
Especialmente paradójica fueron aquellas situaciones en las que se aceleraba el cierre de un contenido interesante con la excusa de favorecer la desconexión digital de los asistentes… quienes acto seguido (como no había OTRA COSA qué hacer) se conectaban a otro streaming o jugaban online durante muchas horas más.
Mi reflexión aquí es que cuidar a las personas quizá no consiste en reducirles al mínimo la experiencia virtual, sino diseñarla adecuadamente para que esta sea buena, independientemente de su duración. Los asistentes ya serán los primeros en darte un toque de atención si se les atraganta. ¿Acaso se nos ocurriría reducir un Diseñatón presencial a tan solo una hora porque las sillas son incómodas? Antes elegiríamos sillas mullidas o pensaríamos tretas en la experiencia para que no pasen demasiado tiempo sentados. En virtual, lo mismo.
Una frase que en su día se me quedó grabada fue «para poder improvisar al piano, primero has de dominarlo». Quienes habéis trabajado conmigo, conocéis mi exceso de celo en tener todo programado, planificado y analizado al milímetro para, después, generar un espacio seguro de controlada libertad.
Es decir, un error que hemos visto en ciertos formatos al diseñar una dinámica es presuponer que el mundo virtual no merece planificación (la libertad se convierte en caos) mientras que otras veces se tiende al extremo opuesto, transfiriendo rigidez a los receptores (por ejemplo, guiando a los usuarios a través de un único carril de experiencia pasiva del que no pueden salir y por el que han de avanzar a un ritmo determinado). Mi aproximación es que, por tanto, planificar consiste en prepararse para eventualidades, contemplar qué puede suceder y, en cierto modo, que sea la organización quien no tenga margen para la improvisación. Por ejemplo, nos dimos cuenta de que cumplimos los tiempos rigurosamente en todo excepto casualmente en aquellos (afortunadamente nimios) detalles que se nos escapó trabajar en profundidad.
Soy muy defensor del término «facilitar», que antepone enseñar a pescar a dar el pescado y ahí la metodología que escogimos para el Diseñatón y las facilitadoras tuvieron un rol clave. Los participantes deben vivir la sensación de «perderse» durante cierta fase del proceso para luego siempre acabar «encontrándose».
Una de los detalles de los que siento más orgullo de este Diseñatón es que apenas hubo bajas. En concreto, de las 44 personas que teóricamente habían confirmado, solo hubo un caso explícito de ghosting y dos que abandonaron a última hora por causa mayor previo aviso. Es decir, un 91% de asistencia que, para un evento online y gratuito, no está nada mal.
La reflexión en esta ocasión es que la curación de asistentes es igual de importante en un evento online que en uno presencial. Si antes poníamos controles en las entradas, creábamos Eventbrites, pedíamos DNIs, reservábamos sillas… ¿por qué los formatos virtuales parecen verbenas por las que puede entrar y salir cualquiera sin apuro?
Una de las características del Diseñatón siempre fue su proceso de selección de participantes y, para ello, en esta ocasión hicimos un fuerte trabajo de diseño de convocatoria y posteriormente del análisis de todas las personas inscritas (90). Gracias a preguntar intereses y motivaciones, pudimos intuir potenciales comportamientos y, por tanto, aumentar el grado de atención que proporcionarles. Para ello, fue clave tener la plataforma lista y configurada dos semanas antes. Así, reservamos la del Diseñatón casi exclusivamente para prender fuego al Whatsapp y confirmar todas las asistencias, ayudar en el proceso de onboarding, conectar a cada persona con su equipo para establecer vínculos previos… Fruto de este trato personal, surge un compromiso (en el buen sentido) tal que aquellas personas que no pudieron asistir, afortunadamente sintieron la responsabilidad de avisar de su baja. Porque lo que no contamos es que durante esa semana se cayeron más de un cuarto de las originalmente seleccionadas y, sin esa preparación previa, no habríamos podido tirar de banquillo con tanta solvencia.
Una característica de todos los Diseñatones es la creación de equipos eclécticos y multidisciplinares para que los resultados alcancen una mayor perspectiva. Para ello, esta vez quisimos combinar no solo el factor profesional (áreas de conocimiento) sino también el rol dentro de un equipo, mediante una pregunta metafórica que, interpretada junto a las motivaciones, nos permitió encasillar a los aspirantes mediante la clasificación de Basadur. Porque muchas veces tendemos a clasificarnos en base a nuestra carrera o nuestra profesión, cuando realmente la principal diferenciación la aporta la forma de pensar. Esto a veces es arma de doble filo pues hay personas que al chocar con otras se desactivan, a pesar de que ese choque genere resultados más brillantes que mediante un consenso mediocre.
La otorgación de roles es una cuestión que lógicamente no atañe en exclusiva al mundo virtual pero su especial orfebrería en esta ocasión me hizo pensar que también la organización necesita sostenerse en esos roles (y volvemos a la segunda reflexión). Es probable que ciertos hábitos que se tenían en cuenta en los espacios físicos, ahora tiendan en cierta medida a descuidarse. Por ejemplo, es más fácil incorporar personas y es más difícil recordar caras, por lo que en ciertos formatos online es habitual invitar observadores, cambiar las voces cantantes, sobrecargar de intervenciones, distorsionar los papeles de cada persona y, en definitiva, despistar a la audiencia. Sin el «momento bar» ni los paseos de cotilleo entre mesas, reconozco que debemos incidir más en establecer lazos de conexión entre organización y asistencia (y entre asistentes de distintos grupos), mediante dinámicas o presentaciones que en persona habrían surgido casi de forma natural.
El último punto quizá es el más fútil y a la vez más esencial. Para que todo lo anterior ocurra, hablo constantemente de diseñar una experiencia adecuada pero, ¿qué se puede hacer? Aquí pienso que una buena experiencia debe tener una serie de incentivos y un relativo grado de sorpresa.
Respecto al incentivo, quizá suena a banalidad, pero sigo creyendo que es necesario que un equipo gane. Si a las personas nos gusta ver Pasapalabra, el sorteo de la Lotería o el derbi de Sevilla es porque unos ganan y otros no. No se trata de señalar y humillar al que pierde, sino de encender y mantener esa ilusión durante toda la experiencia para alentar a continuar (he participado en maratones que horas antes de entregar estábamos ya en el bar), independientemente de si el premio es un medallón de chocolate o un coche de alta gama (esto lo proyectamos para el Diseñatón 32). Creo que el hecho de que la gente te ignore e incluso te diga que molestas cuando entras a informar durante los últimos minutos es una buena señal de que están enganchados.
Las sorpresas pueden venir de muchas maneras y a veces simplemente son novedades que cambian el ancla mental de los asistentes. Por ejemplo, una vez asistí a un concurso en el que los participantes tenían que bailar si se pasaban del tiempo y ahora es un clásico que hemos importado a los Diseñatones. Ya que tenemos un mundo nuevo de herramientas virtuales, ¿por qué no exploramos con más atrevimiento lo que se puede hacer con ellas? De momento, en este tercer Diseñatón, lanzamos un cibercafé para alentar el matchmaking entre asistentes, abrimos los sobres con los ganadores en forma virtual y, quizá el mayor experimento, entregamos los trofeos dentro de MADRIX, nuestro espacio virtual (donde, por cierto, viajamos por diferentes universos). Fue una aproximación que todavía necesita mayor coherencia e integración con la narrativa del formato, pero nos ha servido para aprender mucho de cara a futuras ocasiones.
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Esto ha sido todo por hoy y quizá este Diseñatón, a pesar de la virtualidad (o quizá gracias a ella), me hizo quitarme ciertas espinas clavadas desde hace varios años. De momento, podemos afirmar que cada edición fue radicalmente distinta a las demás. Ahora, no puedo tener más ganas de empezar a idear el Diseñatón 4, quién sabe si en el mundo real, el virtual o en cualquier otro lugar.
Puedes cotillear todo sobre este y los demás Diseñatones en la web oficial, así como en el documento que publicamos contando la tercera edición.
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